martes, 30 de junio de 2009

¡JULIO!

Claro que no he olvidado que aún nos quedan unas horas para que termine el mes que precede a JULIO, vaya, que tiene gracia; tiene encanto y algo más:
Cómo explicarlo. . . JULIO tiene El Tour de Francia, con transmisión en directo por TV, además de los Sanfermines, de Pamplona, también con transmisisón por TV, cada mañana a las 8:00. es también el primer mes veraniego y vacacional de hemisferio norte, lo que se traduce en días de más de quince horas de luz, por estas tierras mediterráneas, así que la tentación de la playa es cada día mayor -hasta que nos dejamos arrastrar por ella y terminamos con arena hasta en el pensamiento.
Ya el año pasado hacía alguna alusión a lo del Tour, he de confesarlo, me encanta dormitar al son de las transmisiones, si, dormitar, las más de las veces los párpados terminan vencidos por la fuerza de la gravedad. Pero bueno, la disculpa está más que justificada, cada tarde, después de comer (almorzar colombianamente hablando) , sobre las tres y media o cuatro ciclismo con somnífero, y ello durante tres semanas (no sé aún cómo me soportan en la casa).
En cuanto a los Sanfermines, el cuento es bien distinto, a las ocho en punto de la mañana, desde la Capital del Reino de Navarra, transmisión en directo de los encierros, en esos no me duermo, no hay riesgo, sólo duran cuatro o seis minutos cuando mucho y ya estoy bañado, desayunado y vestido; listo para salir para el trabajo (de lunes a viernes) y me dejo llevar por los carreras, los cuernos, las caidas y lo mejor de todo: Las envestidas, quinientos kilos de empuje sobre el fulano que no pasa de ochenta, el resultado es previsible, hagan cálculos. . .
Buenos, queridos compañeros de trajin robledista, bachilleres de 1978, calarqueños y demás, no me juzgueis con precipitud, ruedas y cascos tiene su encanto.´

lunes, 22 de junio de 2009

¿Estará Guilligan en su isla?

No estoy muy seguro, pero quizás fue en alguno de los campeonatos departamenteales de baloncesto que se celebraban en la, entonces, Escuela Atanasio Girardot, donde a Carlos Mario Vargas, le colocaron el apodo de Guilligan, rememorando al famoso personaje de televisión. Esa serie gringa que aún disfrutábamos en los tiempos del bachillerato. Años ya lejanos en los cuales la televisión en color estaba apenas en pañales y sólo algunos “niños bien” del pueblo, como Luis Fernando Zuluaga la tenían en sus casas, en la Calarcá de finales de los años 70.

Pero ese era el apodo su apodo más popular de los últimos años de Bachillerto. Porque el sobrenombre con el que lo recordamos la mayoría de los que estudiamos tercero A en el Colegio Robledo era “El arrancayucas de La Bella”. Para ser más exaxtos un apodo que compartimos con él.

Aunque no tengo el recuerdo preciso del primer encuentro, puedo asegurar que a Carlos Mario, lo conocí en la concentración rural agrícola Baudilio Montoya, colegio semioficial del comité departamental de cafeteros al que me ingresaron mis padres por temor a las recurrentes huelgas en el Colegio Robledo.

Aprovecharon que la abuela Inés Londoño tenía una finca en la vereda el Danubio y arguyeron mi condición campesina. El colegio Baudilio Montoya, llevaba o lleva, creo, el nombre de ese poeta que marcó mi inclinación literaria. Tenía unos profesores de leyenda, don José Jota Bustamante, entre ellos. Un viejo bello y altivo, nimbado por una cabeza alba, que tenía un lejano parentesco con mi familia. Además de vicerrector académico, era el profesor de español y con él recuperé el amor a la literatura que ya había sembrado en mí, el abuelo Pedro Nel, pero que había enterrado en quinto de primaria el profesor Wilson Galvis.

En ese colegio, conocido coloquialmente como el Colegio La Bella, se fomentaba además de la vocación agraria y la vocación del trabajo cooperativo, los altos valores desde una conciencia laica y libertaria. Recuerdo que en la cátedra de religión, se enseñaba precisamente eso exactamente: la historia de las religiones en el mundo y no la excluyente visión católica de la que participábamos, aún, la mayoría de los estudiantes. Y si mi memoria no falla, el nombre del profesor era Gildardo Botero.

Los viernes, en una plenaria democrática, sesionaba el colegio en un ritual simbólico que favorecía la expresión de los alumnos y el cultivo de sus talentos. En una de esas jornadas recuerdo que hicimos un número de payasos con Carlos Mario Vargas para representar a Primero A. Luego, nos atrevimos a declamar en público nuestros personales repertorios de poesía popular.

Carlos Mario tenía un catálogo de poemas del Indio Duarte que aflojaban las lagrimas y conjuraban los suspiros de los oyentes.

En un entrevero de gente, copas carteos y risas
Se desflecaba la tarde sacándole punta al vicio

En un tranquero del mostrador se desflecaba la tarde
sacándole punta al vicio (cito de memoria)

empezaba sus presentaciones Carlos Mario, con una dicción maravillosa acompañada de unos gestos armónicos que ponían en el escenario al guapetón del pueblo, a la mama regañona de “La guaja” o al campesino insumiso que increpaba a Dios por la maldad de los hombres que lo habían vuelto malo y le habían puesto dientes de lobo, a él que era un cordero.


Mi repertorio se apoyaba en la poesía popular de Juan de Dios Peza y de Baudilio Montoya que me había enseñado desde muy pequeño el abuelo pedronel.

Yo fui argonauta, fui en marinero de noble pauta que el horizonte miró pasar
Mi barco supo tumbos
violentos entre los vientos que despeinaban locos el mar.
Ciegos paises de cielos grises vieron mi planta de viajador
y trás el paso de cien desiertos, llegué a cien puertos
y en cada puerto tuve un amor (cito de memoria)

Ese ejercicio de saltimbanquis precoces, llamó la atención de Don Jose Jota y fuimos llamados a la vicerrectoria.

El viejo bello, que nos enseñaba la gramática a partir de las noticias de los diarios y de su personal antología de cuentos como “Que pase el aserrador” o “Pedro el leve” y a enamorarnos de la literatura a través de la buena dicción y los acentuación anímica del narrador y sus protagonistas, nos invitó a representar a La Bella, en la tradicional Semana Intercolegiada de la Cultura, en el Colegio San José. Y así empezó una amistad cómplice que nos llevo a participar en distintas actividades culturales y formativas. Entre ellas recuerdo su participación, en los tiempos del Colegio Robledo, en el Grupo de Formación Cultural Alfa, que creamos con Luis Fernando Londoño Daza; y una visita a la cárcel de Peñas Blanca en el “día de las mercedes” y la alegría de los reclusos con la representación de “El toque de queda” que dirigió un joven teatrero quindiano, quizás vinculado a la izquierda colombiana, de apellido Maecha.

En segundo año y muy a pesar de Jose Jota Bustamante y de doña Graciela, fui expulsado de ese colegio cuya la excelencia residía en el amor con que cada uno de sus profesores enseñaban sus materias: La Historia griega y romana reinterpretada en la voz del profesor Bonel, La Geografía colombiana en la didáctica de don Darío Montoya, El español en la amorosa actitud de Jose Jota Bustamante, La matemática en la claridad del joven Gildardo Valencia.

Otros fueron los motivos que obligaron a migrar a Carlos Mario. Si no me equivoco, fue el cambio de oficio de su padre que llevó a toda su familia a residir en la cabecera del pueblo: Doña Pastora, la madre; Wilmar y Cecilia, sus hermanos mayores; y una hermana menor casi contemporánea cuyo nombre mi memoria ya no registra.

Lo cierto es que los dos nos encontramos en el Tercero A del colegio Robledo, con una preparación superior a la de nuestros compañeros de pupitre. Y cuando algún profesor preguntaba algo, las manos culiprontas de los dos estudiantes de la Bella estaban levantadas para asumir la respuesta.

Para recordarnos nuestra procedencia campesina y con algo de envidia, nos bautizaron los Arrancayucas de La Bella. Y aunque el tiempo y la calidad de la enseñanza nos igualaron en notas e intereses, obtuvimos el mayor puntaje del colegio en los exámenes del ICFES. Puntajes inconcebibles para algunos compañeros que los explicaban desde la suerte de la prueba. Guarismos que superaron, incluso, a uno de los mejores bachilleres de todos los tiempos: el inolvidable José Jota Arbelaez, profesor, en la actualidad de una universidad norteamericana. Que no es poco mérito.

Con Guiligan compartíamos el disfrute juvenil de las despedidas interminables. A altas horas de la noche y sin otro motivo que la imperiosa verbosidad de explicarnos el mundo y darle sentido, nos acompañabamos hasta la puerta de la casa para despedirnos. Pero eran tal el número de preocupaciones que partíamos de nuevo a acompañar al otro a la puerta de su casa. Ensimismados en las comprensiones, recorríamos por enésima vez, con el lúcido ensimasmiento de los sonábulos, la ruta entre la calle 38 y el barrio de Las Camelias; hasta que la voz imperiosa de algún adulto ponía fin a las conversaciones pantagruélicas.

La dispersión de mis intereses me llevaron a jugar básquetbol. Sólo a practicarlo, señalarían con propiedad los integrantes del equipo Asterix. Carlos Mario fue invitado alguna vez a reforzar el equipo en uno de los tantos los campeonatos y se presentó con su estatura jirafal, sus manos largas y huesudas que abarcan bien el balón, un sombrero de pescador y un desparpajo para el juego, que recordaba a Gilligan, el personaje que citamos al principio de esta remembraza. De allí su segundo y más popular remoquete. Guiligan se convirtió en la esperanza para los asiduos espectadores de los campeonatos regionales que se realizaban en la cancha de la escuela Atanasio Girardot. Carlos Arturo Patiño, ahora gerente de Quindío Café y Sabor, podría ayudarme a precisar este recuerdo. Y cuanto se lo agradeceríamos desde su chispa humorística. El no solo, no me dejaría mentir, sino que acomodaría el relato a una forma tan real y jocosa que la verdad terminaría siendo la suya.

Guilligan se graduó con los honores del Icfes, se formó como Terapeuta en la Universidad del Valle y un día partió para los Estados Unidos. Desde entonces solo tengo noticias lejanas, como las tengo de Luis Fernando “El Mono” Marín, quien también habita esas tierras. Pero nunca olvido el banquete de información y de utopías que nos abrieron los ojos al universo de las preocupaciones adultas en las largas jornadas peripatéticas compartidas con Gilligan.

Ojalá él, u otro compañero de promoción, habitante o habitanta del Calarcá de entonces, me ayudara a precisar, ahora, esos recuerdos difusos que ya parecen entrar en el terriotorio de la mitología gracias la iniciativa de Luis Fernando Noreña.

martes, 16 de junio de 2009

Casi un mes

Sí, por un día no completo el mes sin escribirle a los olvidados y abandonados Bachilleres del Colegio Robledo de Calarcá de 1978. . .

Jóder, cómo pasa de rápido el tiempo cuando uno está ocupado; bueno, no tanto como ocupado, digamos que dicipado en algunos menesteres menores (cambio de casa, o piso como dicen por acá por estas levantinas tierras; claro que cambiar casa implica reunir y recoger todas sus miserias, cargarlas -ayudado por algunos parroquianos ¡que nunca faltan!- transportarlas y luego descargarlas en el sitio preestablecido -cuarta altura, y sin ascensor- y ahí empieza lo bueno: Ponerse uno de acuerdo con la consorte sobre el qué, el cómo, en dónde y el cuándo, además de todos los porqués y sus respectivas consideraciones, para todas y cada una de las pequeñas cosas que hemos acumulado a través del tiempo: Desde la cama hasta la papelera, pasando por sillones, cuadros. . . Así que ya vamos en la tercera semana de esta mini tragedia de no sé cuántos actos y aún no termina.

Y como ahí no para la cosa, además de los menesteres diarios del trabajo, porque hay que trabajar, ahora ando en la renovación del permiso de residencia y trabajo, para lo cual debo tener el pasaporte al día -se me venció desde mayo- y claro el eficiente consulado de Colombia en Valencia me concede cita para abril del 2010, así que he dedicado más de media mañana del hoy para que me "ayudaran" a resolver el problemita, me dan cita para el 15 de julio, un mes de espera en lugar de diez. Ahora viene el cambio de registro en el Padrón municipal -porque en España hay que mantener actualizada la dirección donde uno reside en un registro oficial que se llama Padrón y para muchos trámites se requiere certificado de empadronamiento-. Además, nos queda actualizar la dirección en los bancos y demás sitios desde donde recibe uno correspondencia, cambiarnos de ambulatorio (centro médico), a la zona de la nueva residencia; y algunos otras nimiedades que no alcanzo a recordar de momento, lo que me lleva a treinta días de abandono casi total, y digo casí, porque la cita simpre estaba ahí, pendiente, llamando, haciendo señas desde el rincón, tratando de que le hicieran caso.

Hoy fue el día, un saludo a los contertulios que nos hicimos compañía, por allá en lo años mozos, entre cuadernos, profesores y clases. . .