sábado, 30 de enero de 2010

¿CESÓ LA HORRIBLE NOCHE?

Por fin el diario La Crónica del Quindío se ocupó del proceso de los encadenados a la Alcaldía de Carlarcá.


Y tuvo la elegancia de hacerlo saber a través de mi correo electrónico. Me alegra saber, por la propia Crónica, que algunos representantes del sentir calarqueño, han sido, por fin, escuchados por la Gobernación del Quindío, la Defensoría del Pueblo y el propio Alcalde de Calarcá, como se puede leer en la encomiable nota periodística de Luisa Fernanda Narváez Marulanda.


Acto de buena fe que, sin embargo, no los exime de su silencio durante el proceso. Porque silencios como los del periodismo regional obligan a los ciudadanos a afrontar las vías de hecho.

Sin embargo, en honor a la verdad, debo señalar que, a diferencia de La Crónica, diario local que debería proveer información ecuánime a las personas del ámbito de cubrimiento, otros diarios y medios alternativos de Colombia y el mundo sí se preocuparon de mostrar lo que sucedía en Calarcá en el mismo momento del hecho[1]. Actuaciones que no sólo preocuparon a los defensores de los derechos humanos y los miembros del partido comunista como les gustaría hacerlo creer a los seguidores del Alcalde. Porque, si hasta Mario Bennedetti, integrante del partido de la U, estuvo atento y se manifestó contra las acciones del Alcalde, es porque la situación de Calarcá es preocupante.

Según el comunicado (27 de enero) de su oficina de prensa, “Benedetti explicó que la comunidad lleva dos años insistiéndole al Alcalde que estas obras de peatonalización van a afectar al comercio, los residentes del sector y al ordenamiento territorial y no han sido escuchados”. "La comunidad esta inconforme con el costo de las obras que asciende a 7.700 millones de pesos y la forma como el alcalde las va a financiar. Yo le pido al Alcalde López Murillo que se siente con la comunidad en una mesa de trabajo, los oiga y solucione este problema" habría dicho tal senador.

Estamos seguros de que no fueron, ni mucho menos, las palabras de Benedetti, ni la presión de los medios que registraron el hecho. Y sí la valerosa acción de los encadenados la que produjo la reacción oportuna de la opinión nacional e internacional y la que provocó la mesa de trabajo que, por fin, registra La Crónica del Quindío. Pero no se puede dudar que la divulgación del hecho, a nivel nacional e internacional, colaboró en el acercamiento a la solución del problema,.

Por ello, registrar los hechos sólo cuando los opositores se sientan a dialogar, después de tener que recurrir a lamentables acciones de hecho, es tanto una falta de olfato periodístico, como un incumplimiento del deber constitucional que legitima su presencia: el derecho ciudadano a una adecuada información. Esta ausencia en el mismo momento del suceso equivale a dejar sin voz a los ciudadanos que creen tener en los medios de comunicación una buena herramienta para ventilar los asuntos que le atañen y para enterarse de la realidad que los afecta. Como testigos del acontecer local, a La Crónica del Quindío le pasó de los bomberos dormilones, llegaron tarde al cumplimiento su función.

No obstante la omisión del registro, es válido y legítimo que La Crónica del Quindío se preocupe de atender las inquietudes de sus lectores, aunque sea para conservar la imagen ética que debe orientar su acción profesional. El Quindío, como Colombia, donde campea la corrupción desde el propio sillón presidencial, no necesita un periodismo de publireportajes, sino una tarea de vigilancia y ecuanimidad. Y deben ser los medios de comunicación, y sus periodistas, los llamados a dar testimonio ético, denunciando, señalando y ofreciendo la posibilidad de opinar y manifestarse a todos sus conciudadanos. Gracias a La Crónica del Quindío por el gesto cordial y por la intención de enmendar la plana. Y felicitaciones los ciudadanos que defendieron y defienden los intereses y derechos constitucionales de los calarqueños, los quinduianos, los colombianos.

Invito, de nuevo, a todos los exrobledistas para que aprovechen esta ventana de opinión que ha creado Luis Fernando Noreña.

No puede ser que se interesen más los foráneos y quienes no caminan las calles de Calarcá por los problemas que agobian al pueblo. ¿O todavía no hemos aprendido a utilizar las herramientas básicas del blog para hacer comentarios y opinar sobre el pedazo de tierra que cobijó nuestros sueños y anhelos? Si esto fuera así, que no lo creo, este es el momento de preocuparse por superar el analfabetismo tecnológico.

Un municipio que, como muchos de otros de los municipios colombianos, se hunde en los tremedales del desgreño administrativo, la inconstitucionalidad y la politiquería y en donde solo seis personas tuvieron el coraje de enfrentarse a las decisiones lesivas de una administración, necesita las voces activas de sus ciudadanos, estemos donde estemos. Los encadenados a la alcaldía de Calarcá nos han demostrado que seis golondrinas sí hacen verano o, por lo menos, contienen la inundación de un asfalto que dejará endeudado el futuro de las nuevas generaciones.
La opinión pública cuenta y hace parte de la solución razonada y la tecnología nos brinda la oportunidad de manifestarnos.
Carlos Alberto Villegas Uribe
Madrid, enero 30 de 2010


[1] Colombia Noticias - ELTIEMPO.COM
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lunes, 25 de enero de 2010

EXTRAÑO SILENCIO DE LOS QUINDIANOS

A los colombianos residentes en el extranjero quienes seguimos con interés el acontecer de nuestro pais, nos resulta preocupante que seis calarqueños tengan que recurrir a las vías de hecho para reclamar por los derechos civiles y constitucionales.

Y así como nos llega la propaganda de la alcaldía de Calarcá, en la que divulga a través de la red su elección como la mejor administración quindiana o su pretendida generosidad con los deportistas calarqueños, también nos llegan, a través de Calarcánet y de los múltiples recursos de la aldea global, las denuncias de ciudadanos e intelectuales sobre obras faraónicas como el esperpéntico Mirador de Calarcá o el leonino contrato con Davivienda por sumas que endeudan el futuro de generaciones de calarqueños y calarqueñas.

Y preocupa, mucho más para las personas interesadas en el desarrollo económico, político y cultural de nuestro pueblo, que mientras se invierte en un pavimento que dudamos prioritario para el desarrollo del terruño, se dejen morir iniciativas como las de Palosanto, El Museo Gráfico de Calarcá, o el Taller de Grabado del maestro Henry Villada, de mayor prioridad para el desarrollo humano que el oscuro asfalto. Proyectos estos últimos que encajan perfectamente en un departamento que le apuesta al turismo como una alternativa de desarrollo, porque si el turismo olvida su raigambre y el espíritu de su gente, sera un turismo tan devastador como las chimeneas industriales que quiere evitar para su entorno natural.

Pero preocupa aún más que el alcalde haya podido avanzar con sus proyectos alelados, porque para hacerlo debió contar con el permiso de un consejo municipal que se supone democrático.
Claro que en un país como Colombia, donde la corrupción se ha instalado en el propio sillón presidencial, desde donde se desinstitucionaliza la nación y se ha cambiado la constitución articulito por articulito a base de canonjías, Yidis y parapolítica para satisfacer anhelos mesiánicos, no es extraño que los politicos de pueblo se vendan por un plato de lentejas. Y tampoco es extraño que los ciudadanos tengan que recurrir a las vías de hecho. Ya lo tuvieron que hacer los indígenas del Cauca, anticipando el relato cinematográfico de James Cameron.

Como tampoco debe parecer extraño que después, esos ciudadanos que actúan cívicamente porque no encuentran en la fiscalía y en las distintas entidades de control político los medios adecuados para detener los actos indebidos de políticos corruptos, sean considerados o tildados de terroristas o asociados con fuerzas oscuras, una estrategia al uso para justificar las tropelías de los poderosos y la desintitucionalización que vive Colombia. Y si no que le pregunten a Holman Morris, para solo evidenciar la punta del iceberg.

Por estas preocupantes razones quiero invitar a todos los calarqueños residentes en el extranjero, en particular a los visitantes al blog de la promoción del 78, y egresados del Colegio Robledo, para que se enteren sobre lo que sucede en Calarcá y dejen oír su voz de inconformidad con aquellos proyectos faraónicos y mesiánicos que truncan el verdadero desarrollo de los calarqueños, los quindianos, los colombianos. Raro el silencio de La Crónica sobre el hecho. ¿Será que de verdad no está pasando nada?

CARLOS ALBERTO VILLEGAS URIBE
Madrid, enero 25 de 2010.

jueves, 21 de enero de 2010

LA AÑORALGIA DE VOLVER A JUGAR EN CALARCÁ






Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno, machaca en la memoria el tango Volver y el significado del regreso tiene múltiples interpretaciones, desde las mentales hasta las físicas.

Porque el tango, canto porteño de notas ciudadanas que acunó nuestra infancia, creció con nosotros en cada esquina de ese pueblito trasmontano que recordamos con el nombre de Calarcá. Un pequeño territorio de Colombia, pero con el índice más alto del mundo de personas con vocación de poeta por metro cuadrado. Allí el tango se hizo un sentimiento de añoralgias que encarnó en nosotros

Y es preciso aquí hacer una digresión para explicar que añoralgia es un neotérmino (distinto al neologismo) acuñado por el también adoptado calarqueño, Jairo Pelaez, más conocido como Jarape, miembro del extinto grupo de caricaturistas colombianos “El Cartel del Humor” y autor del personaje caricatográfico Cándida que se publica actualmente en el nuevo diario El Espectador. La añoralgia, propone Jarape, es un sentimiento confuso que se compone de nostalgias y añoranzas, algo así cono la tristeza de lo perdido y el anhelo de tener. La añoralgia, como el tango, es un sentimiento, un extraño sentimiento. No en vano, algún bonaerense de más alto caletre dijo ya que el tango es un sentimiento que se canta. Sentimiento que Jorge Lepera, autor del tango Volver resuelve con su estrofa: La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser, en otro de los cantos antológicos de Gardel y Lepera: Cuesta abajo.

Por ese mismo sentimiento de añoralgia, cuando en cualquier lugar del planeta donde nos encontremos se escucha el tango Volver, los calarqueños empezamos a ilusionar con ese sembrado de estrellas que se abisma después de La Línea; el paso más alto de la cordillera de los Andes, en toda Sur América, según contaba con orgullo de chauvinista adoptado, el legendario profesor de Español y Geografía, Don Gonzalo Gutiérrez.

El mismo sentimiento de orgullo alelado, que tiene un abismo profundo en las notas 2 por 4 y nos emparenta con los argentinos. Sentimiento ombliguero por el cual repetimos, con un convenciendo incontrovertible, que el meridiano cultural del Quindío pasa por Calarcá. El mismo sentimiento de orfandad que se adivina en el rostro parroquiano y le permite exclamar a cualquier narizón cuyabro con propiedad irrefutable, “Uno los saca de Calarcá, pero es imposible sacarles Calarcá de adentro”.

Tal vez la añoralgia explique ahora que Luis Fernando Noreña, otro calarqueño adoptado, exrobledista y auditor de prestigio en uno de las más importantes entidades bancarias que fuera propiedad jesuítica, haya creado, desde Valencia, España, un blog para conmemorar a más de media centena de carcamales que egresamos del Colegio Mariscal Jorge Robledo, en los tiempos en que ya el tango empezaba su naufragio afectivo y las voces de Miguel Bosé y del Grupo Abba, instalaban con sus discos Chiquitita y Amiga, añoralgias de nuevo cuño, en los, entonces, jóvenes corazones calarqueños.




Dos de las canciones que se repetían en el Bar El Vecino, donde José Ramón Díaz, sus hermanos, y los calarqueños basquetbolistas, compartían comentrarios sobre los resultados de los partidos en la escuela Girardot, en la penumbra cómplice donde se iniciaban los primeros escarceos del amor a la sombra de melodías románticas.




Y tal vez sea el extraño sentimiento de la añoralgia, el que lleve a Luis Fernando Marín Garcés a enviarme, desde los Estados Unidos, una foto del equipo de baloncesto integrado por un grupo significativo de robledistas.


A Luis Fernando lo conocimos como “El mono Marín”, un apelativo por el que lo recordamos siempre. “El mono Marín” es, todavía, el hijo de Hugo Ferney, en ese entonces, notario de Montenegro, un caballista furibundo y hombre con vocación de semental a quien se le salía y, según cuenta “el mono”, se le sigue saliendo la juventud por los poros.

El equipo se llamaba Flamingo y lo había financiado Guillermo Gonzalez, un comerciante calarqueño que tenía en los bares el sustento de su vida. Flamingo era la mejor discoteca de entonces y quedaba al final del “tontodromo” calarqueño que por aquel entonces se extendía desde la calle 41 hasta la calle 36, en donde la Cafetería Donald ponía punto final a los paseos peripatéticos de los transeúntes.

Eran los tiempos de los campeonatos regionales de Baloncesto en la Escuela Atanasio Girardot, pero también eran los tiempos jóvenes y elásticos en los que todavía había bastante pelo en la cabeza. Y sin embargo, en medio de tanto hueso y testosterona, ya soportaba sobre mis hombros el apelativo de El Gordo, lo que condujo a un más amable mote de Petete.

El apodo se le ocurrió a Eduardo Román, otro de los miembros de Pastoral Juvenil al asociar mis tareas con la reciente llegada de la enciclopedia del pingüino argentino. Además de jugador de baloncesto, y promotor de cuanto grupo juvenil había en Calarcá, desde minibasquet hasta hermeneútica biblica, yo impartía catequismo en la iglesia San José y estaba encargado de la animación de los catecúmenos. Los videos promocionales de la recién llegada enciclopedia argentina que presentaban en la televisión colombiana terminaban con la frase: El libro Gordo te enseña, el libro gordo entretiene y yo te digo contenta, hasta la clase que viene. Y por esta asociación Carlos Alberto pasó a ser el seudónimo con el que ahora me conocen en los actos oficiales y en las entidades bancarias, como suele acotar el escritor calarqueño, Libaniel Marulanda.

Y es muy probable también que las trampas de la añoralgia inviten ahora a iniciar una serie de remembranzas en torno a las fotos remitidas por “El mono Marín” y sobre sus protagonistas calarqueños, como una forma de

Volver,
con la frente marchita,
las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Sentir, que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada
errante en las sombras
te busca y te nombra.
Vivir,
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo,
que lloro otra vez.





Y esas serán las motivaciones de mis proximos post en el blog ColegioRobledo Calarcá 1978. Así que cualquier seña de identidad sobre los muchachos de antes serán bien recibidas en red.reir@gmail.com. Aquí los esperamos, calarqueños del mundo.

domingo, 10 de enero de 2010

PARA EL BOLSILLO

Bien dicen por ahí que una imagen vale más que mil palabras, y para los asuntos de la memoria creo que aún más; este pequeño artilugio -el de la imagen- que nos acompañó durante buena parte de nuestra época de estudiantes, horadando los bolsillos de muchos, es una parte de nuestros recuerdos. Y puede serlo de diferentes formas, porque, a quién no le hizo gracia e ilusión escuchar su tintinear en los bolsillos de nuestros mayores, que, de cuando en vez, eran mágicamente substraídas de sus blindados ropajes para depositarlas en nuestras manos. . .
La otra tiene un sentido más, qué sé yo, antropo-étnico, identirario, socio-histórico; en fin, que de ello se encarguen los estudiosos; lo cierto es que es la única moneda donde aparece la efigie del siempre recordado Cacique Calarcá, tan cercanos a nuestros recuerdos, por su leyenda y, obvio, por su nombre, que heredamos en nuestra municipalidad.
Además, en cada caso personal, no faltará el recuerdo de alguna moneda que extraviada o substraída hizo parte de nuestras andanzas. Qué historias podrá rescatar de la memoria de los bachilleres de 1978, del Colegio Robledo de Calarcá, esta imagen que tan generosamente me regala mi hermano Ricardo?, quizá nunca se sepa; pero, de pronto, alguno se atreva a compartírnosla, bienvenida sea.

miércoles, 6 de enero de 2010

2010 Y CONTANDO

Ya es seís de enero y "sus majestades" -es como suelen referirlos en estas Españas de la era post-post- Los Reyes Magos, han hecho las delicias de los peques, la noche pasada (peques: enenos a los que los autodenominados humanos dedican todo su energía para . . . Serrat habla de esos locos bajitos). Sí, por estas tierras el culto al trio de orientales está bien arraigado y la tarde noche del cinco se organizan desfiles o caravanas para que los de a pié, puedan darse un roce con tan celebres personajes, y disfrutar de las fantansias que para la ocasión se organizan, con el reparto de regalos y dulces a través de todo el recorrido; con transmisión en directo por las TV estatales -lo que puede dar una idea de la importancia que comercialmente se les da.

Eso me recuerda, de alguna manera, los desfiles que se realizan en Calarcá la tarde de los sábados, a finales de junio de cada año, durante las Fiestas del Café; Con algunas diferencias, que no pueden faltar: No hay reyes, sino edecanes, que sirven de poste para que las reinas tengan de dónde agarrase durante el desfile; el caracter festivo de la música, compañera permanente de nuestras rumbas, marca otra diferencia, lo mismo que los ríos de licor que corren por las calles calarqueñas en esa anualizada orgía. Pero las similitudes puede ser más: Carrozas con personajes de ficción -por más "reales" que puedan parecer- decoradas para cada ocisión; comparsas, y saltimbanquis, repartición de dulces y perendengues, y el genterío de gentes que las acompaña a los largo y ancho de las calles, durante todo recorrido y el acto final en la plaza principal del pueblo, allí la de Bolivar, aquí la del ayuntamiento.

Personajes de allá y de acá, reinas, reyes; carrozas y comparsas, repartición de golosinas y el pueblo, siempre el pueblo. Definitivamente, a pesar del océano que nos separa, seguimos viviendo de lo mismo y con lo mismo: Pan y circo.

Un abrazo grande y los mejores deseos para todos los compañeros de este viaje planetario, del que apenas somos conscientes, en especial para los que en 1978 terminaron el bachillerato en el Colegio Robledo de Calarcá Quindío, ese rincón de Colombia donde duermen nuestros mejores recuerdos.