martes, 26 de marzo de 2013

Bares, geografía y la Calarcá de ayer

 
 
Cambia, todo cambia... como bien canta Mercedes Sossa, todo cambia, y lo sentenció Heráclito con aquello de que nunca nos bañamos dos veces en el mismo río, o Neruda diciendo que nosotros los de entonces, ya no somos los mismos...

Y esto lo podríamos aplicar hasta para las mismas piedras, impertérritas ante nuestros pasos pero evolucionantes al ritmo de la esfera sobre la que navegamos, y es un decir, a través del espacio sideral.

Todo cambia... pero voy a referirme solo a algunas pequeñas cosas que ya ennumerar se me dificultan; cuando a principios de los años setenta volvía (o me volvieron) a Calarcá, para vivir los años colegiantes, los bares y/o cafés ocupaban un lugar preponderante dentro de nuestra reducida geografía urbana local.  El Neva y La Colina servían de marco a la Plaza de Bolívar en su esquina noroccidental, cruce de la carrera 25 con calle 40; haciendo una diagonal al sureste, veinticuatro con treinta y nueve, el café Londres y el ¿Soratama? en la misma 39 pero con 25, sin olvidar que a media cuadra, también dentro del marco de la plaza el Granada ocupaba su lugar; así que mal contados eran cinco establecimientos los que acompañaban a la Iglesia, al Palacio Municipal (que de palacio no tenía ni un pito) y a las diferentes oficinas bancarias en el encuadramiento de la ajetreada plaza.

Además, cercanos a este enclave teníamos El Quijote, sobre la 25 con 37, y sobre la carrera 23 con 39, uno del que no puedo recordar el nombre -que no era café, era Bar en toda la extención de la palabra el bar Farolito, según confirmación de fuente de primera mano- sumando así siete en cinco cuadras.  Ya pueden ver entonces porqué insinúo tal preponderancia.  Y eso que no me he bajado hasta la plaza de mercado, nuestra popular galería, porque allí la cuenta se pierde y los nombres se hacen imposibles para las olvidadizas nueronas, ni tampoco voy a evocar las tiendas-cantinas diseminadas por toda la geografía municipal; de estos últimos solo puedo dar testimonio de La Marina, en la carrera 23 can calle 35, porque fue la que amenizó parte de mis años juveniles en la Calarcá de entonces; un sábado, de la mañana a la noche, era toda una sinfonía de música popular... Julio Jaramillo, El Caballero Gaucho, Alci Acosta, Los Cuyos, trios, duetos y demás; también sonaban tangos de Oscar La Roca y más, pero para ello, para tangos, mejor los cafés del centro.

Pero a la geografía bar-cafetera le fué llegando su hora, poco a poco, uno a uno; el primero de la hecatombe, el café Londres, para dar paso a la sede del Comité de Cafeteros, desaparecido el Londres ya no hubo forma de detener el declive.  Ahora solo queda el Granada como último de la especie pero transmutado en bingo-casino y un día también le llegará la hora, podemos estar seguros.  Lo mismo que pasó con las fuentes de soda, cafeterías y grilles de las que no entro en detalles, pero completaban el conjunto de establecimientos públicos que los lugareños frecuentaban.  La Marina también cambió, con el paso de los años fue trasladada dos cuadras abajo, hasta la carrera 21 y es posible que aún permanezca allí emborrachando su clientela, es posible, porque también hay cosas que no cambian o al menos no lo aparentan.

Lo cierto es que por aquel entonces los sitios de reunión de los señores del pueblo eran lo bebederos de café y/o licor, llámese cerveza, aguardiente o ron; ahora, entonces ¿dónde se reunen estos personajes? o es que ya no lo hacen, o se han extinguido como sus sitios de reunión... No lo sé, hace tiempo que mis pasos no me llevan por esas calles y nunca se lo he pregundado a los señores que, por allá en 1978, después de ser mis compañeros de estudio, se hicieron bachilleres en el Colegio Robledo y, al igual que yo, se echaron a andar por este mundo mientras las huellas de la geografía calarqueña se desbarataba inexorablemente.
 
Conversando ahora con mi hermano Ricardo, me entero de la proliferación de nuevos sitios al rededor de la nuevamente remodelada plaza de Bolivar, cero y van ya no sé cuentas; ahora que a La Colina le sembraron espigas y la panificaron, me dice que el único sitio que mantiene las características de los sitios evocados en esta nota, está desde hace años sobre la calle 40, con un horrendo nombre, pero con buen café y las soñolientas mesas de billar que no pueden faltar, pero eso del billar a de ser tema para una próxima.

Fotografía tomada de Facebook.