viernes, 26 de abril de 2013

Los rostros y los rastros

El rostro, esa característica tan particular de cada quien, igual que las huellas dactilares, claro que de estas últimas contamos una por cada dedo, mientras el rostro es único e irrepetible.  Con él nos reconocemos y nos identifican, nos individualizan, nos hacen individuos, indivisibles, únicos.  Nos acompaña desde la cuna hasta la sepultura y, a pesar de su cambio permanente, nos es inconfundible; cómo no reconocernos en cualquiera imagen donde halla quedado nuestra imagen retenida en el tiempo, imposible, a menos que la deficiencia neuronal nos afecte demasiado o que pretendamos no haber sido aquel que fuimos ni haber estado donde estuvimos.
 
Cada aparición ante el espejo y estamos ahí, como siempre... porque, así como la idea está atravesada por la palabra, como bien dijo alguien, que ahora no va al caso recordar, y que no sé ahora quién fue, el ser está travesado por su rostro; para identificarlo recurrimos a él y, la más de la veces, el recuerdo de alguien es la recuperación por la memoria de su rostro, o cara que llaman.
 
Pero una cosa el es rostro propio, que cargamos sin remedio, a menos que la vanidad cunda y la plasticidad se imponga, o bien por una mala jugada del destino -desfiguración- y otra el rostro de los otros; nos quedamos con ellos, cuando es que lo hacemos, y los conservamos inmutables, detenidos en el espacio-tiempo, hasta que un reencuentro nos devuelve la realidad y actualizamos el archivo entonces nos  descubrimos diciendo, pero sin manifestarlo, Joder!!! cómo está de viejo...le han dado duro los años, eh!
 
Así que los rostros que conservo en la memoria de mis compañeros colegiantes robledistas son los de los años setenta, los de unos cuasi-párvulos, imberbes, plenos de lozanía y sonrientes, sí, sonrientes, la alegría se dibuja en todos los rostros, seguramente porque son recuerdos felices.  Rostros congelados, pero no fríos, por el tiempo y la distancia, y he de añadirlo para la gran mayoría de todos ellos, porque, haciendo mal las cuentas, son muy pocos los reencuentros vividos es estas más de tres décadas, y conforme avanza el tiempo cada vez son más escasos y esporádicos.  Espero que el tiempo me permita las debidas actualizaciones, y volver a desfrutar de sus compañías, nunca es tarde y mientras el cuerpo aguante perdurará la esperanza.
 
Un abrazo a todos.

Abril y la lluvia...

Muchas veces lo hemos escuchado y en no pocas oportunidades nos hemos visto diciéndolo:  En abril, lluvias mil... y el cumplimiento de tan húmedo vaticinio lo hemos vivido en piel propia en más de una oportunidad; pero las lluvias mil no has sido patrimonio exclusivo del cuarto mes del gregoriano que nos rige, también noviembre se las ha sabido traer, y no el único.

La lluvia, ese regalo de la naturaleza, que tantas veces ha sido compañera de camino, ha amenizado tardes de descanso a buen refugio y ha hecho de canción de cuna en no pocas noches; la lluvia, siempre la lluvia...

Guardo en la memoria, aunque con cierto desorden y no siempre al alcance de la mano, atardeceres grises, tan lluviosos, que nos obligaba a permanecer en los corredores del colegio a espera, bien de una improbable y repentina escampada, que rara vez se daba, o, al menos, de que amainase el aguacero para escapar en veloz carrera falda abajo en busca de la protección de los aleros de las casas de la veinticinco; pero para llegar hasta allí el precio era, las más de la veces, un baño no programado de cuerpo entero, ropa incluida.  Y es que por aquellas calendas no acostumbrábamos el paraguas, de pronto alguna chaqueta, nunca impermeable, afrontando la lluviosa tarde sin mas protección que la camisa o camiseta de turno, así que terminábamos empapados... cómo no recordar el correr del agua por la cara!

Y llegados a casa, a cambiarnos de ropa, secarnos y recibir una buena taza de aguapanela caliente, para recobrar las energías, entrando en calor; con el consabido regaño, claro está, ese nunca faltaba.

Imagino que ninguno de los bachilleres del Colegio Robledo de Calarcá, que en mil novecientos setenta y ocho cumplimos con la faena de graduarnos, escapó a estas emparamadas, bien camino del colegio o de regreso a casa, y esa vivencia es compartida con todos lo que desarrollaron actividades académicas en tan entrañable colina, a decir verdad, varias generaciones de parroquianos.

Con el pasar del tiempo, el régimen de lluvias ha cambiado y mucho, ahora acumulo muchos abriles viviendo lejos del pueblo de mi juventud y difícilmente podría recordar ahora la última vez que me vi sorprendido por un aguacero con baño incluida; tal parece que el dicho aquel del refranero popular  ha perdido su vigencia, las lluvias mil ya no se precipitan en abril y en noviembre no son escasos los días solados, pero la lluvia siempre estará ahí, y que nunca nos falte, así nos mojemos...