Tal vez no quiso esperar más y por eso se fue antes de la fecha marcada en el calendario, sin darle ni siquiera importancia; también pudo ser que para evitarse cansancios mayores, al verse atrapado por el acontecimiento, hubiera preferido apearse antes de la estación y ahorrarse no se sabe cuántos sinsabores y contrariedades. Lo cierto es que hoy, 24 de junio, cuando se cumplen cien años del nacimiento de Ernesto Sábato, ya llevamos la cuenta de su deceso por los cincuenta y cuatro días. Se marchó envuelto en el silencio que le sirvió de compañía sus últimos años. La ausencia marca la fecha, su viaje anticipado desdibuja cualquier celebración y solo deja para el recuerdo esa mueca que trataba en vano de dibujar una sonrisa, cuando la pesadumbre era lo que ensombrecía su mirada y su rostro. Nos quedan sus palabras, su testimonio y su obra; qué más pedirle a un testigo excepcional de nuestro desastrado y desastroso siglo veinte?
Tarde conocí su obra literaria, empecé por el principio, por El Túnel, para continuar de forma algo precipitada con las dos novelas siguientes, Sobre héroes y tumbas y Abadón el exterminador, y no seguí porque no había más, pero fue suficiente. Con el transcurrir de los años le seguí los pasos, no muy de cerca, siempre había alguna nota, algún comentario, alguna columna o artículo que contaban cosas sobre el escritor, que recordaba su presencia y daba testimonio de su vigencia. Las últimas obras que pasaron por mis manos, Antes del fin y La Resistencia, ahora las releo.
Claro que esto no guarda referencia alguna con los bachilleres del Colegio Robledo de Calarcá, egresados en 1978, para nada; porque, en primer lugar, Sábato no fue objeto de nuestras lecturas, no estaba incluido en los programas académicos de la época -creo que ahora tampoco- nos tocaba vérnoslas con Fernando de Rojas y La Celestina, con el Cantar del Mío Cid y otras hierbas por el estilo, sin dejar de lado a José E. Rivera y La Vorágine, a Jorge Isaac y La María y algún otro compatriota de estilo costumbrista; tampoco a Juan Rulfo y sus historias de Comala. Arduas lecturas para mentes calenturientas. García Márquez, que vino después, tampoco competía en las lecturas del colegio, que tampoco fueron muchas, Cien años de Soledad ya tenía su recorrido, pero no se le incluía y El otoño del patriarca apenas iniciaba su recorrido.
Yo me inicié leyendo periódico, con mucha frecuencia compraba un ejemplar de El Espectador, para acompañar las clases, no sé muy bien cómo hacía. pero leía el periódico, asistía a clase (asistía) y, bueno, terminé graduándome, no me puedo quejar...
Y, en segundo lugar, Sábato ha sido para mí una lectura personal, como casi todas mis lecturas, me basto con ello; no frecuento tertulias ni cosa que se le parezca y las conversaciones con los amigos y allegados pocas veces rosan el tema, con algunas excepciones, claro está, nada es completo, perfecto o inmutable, excepto, tal vez, el absoluto, ese al que con frecuencia trataba de acercarnos don Ernesto. Es posible que algún día podamos avistarlo, así sea de lejos.