Lo primero que debo decir es que sólo hasta quinto o sexto de bachillerato aprendí a "montar en cicla" y lo hice en una monareta sin frenos que llevaba al Colegio "Lifer" - Luis Fernando Bermúdez- así, aprendí que la mejor manera de frenar era dejarme caer en el pasto antes de que la cicla me cogiera ventaja falda abajo, que en el colegio no era muy difícil dada su ubicación. Será por eso que he sido más caminante que rodador!
En mi casa no hubo triciclo, ni bicicleta, ni nada que se le parezca, hasta bien entrado en la veintena, y las pocas monedas que caían en mis bolsillos no alcanzaban para alquilar "una burra" donde don Jesús. Mis hermanos sí que las tuvieron, todavía recuerdo la camiseta rota producto de una de las aventuras bicicleteras de mi hermano mayor por los lados de la Albania, pero este cuento no va del ciclismo en la familia, va por otro lado, más personal.
Pasados los cuarenta y viviendo en Manizales, un compañero de oficina me invitó alguna vez a pasar un fin de semana en una finca por los lados de Chinchiná, para lo cual colgó de la parte trasera de carro dos bicicletas, y el domingo, para no perder la costumbre, nos fuimos a comprar el periódico, pero en las ciclas, dejamos el carro descansando. De esta pedaleada surgió la idea de comprar una y frecuentar el asfalto. Fueron muchos los fines de semana que dedicamos a pedalear por las inmediaciones de Manizales, en la via a Chinchiná, por la Autopista del Café, rumbo a la Rochela; alguna vez fuimos hasta Santa Rosa y no pocas veces escalamos kilómetros hacia el Páramo de Letras, a donde nunca llegué, el cuerpo no daba para tanto y el viaja a España se interpuso... Pero eso sí, pude ascender a Manizales pedaleando, bueno, no exactamente hasta la ciudad, más o menos hasta la entrada al Hospital Santa Sofía, eso de llegar hasta la Plaza de Toros requiere algo más que disposición y persistencia. . .
Ahora vivo el ciclismo desde el sillón, las clásicas de primavera son el entretenimiento de los fines de semana, antes de que lleguen las grandes competencias, El Giro en mayo, El Tour en julio y la Vuelta después. y como buen colombiano, trato de seguir los pasos a los dos a tres coterraneos que aún compiten por estas tierras.
Así que al cabo de las más de tres décadas de los incipientes pedalazos que dí por las inmediaciones del Colegio Robledo, antes de que nos mandaran a buscarnos la vida con un título de bachiller bajo el brazo, y de los fines de semana dándole al pedal por tierras caldenses, me queda el sillón, para regocijarme viendo cómo esos titanes del siglo XXI, despues de cinco o seís horas sobre la bicicleta tienen arrestos para rematar cada carrera.
Termino esta nota, hoy 18 de mayo, con el Giro en pleno desarrollo, y con Wouter Weylandt en la memoria, no sin antes dejar un saludo a los condiscípulos que desde 1978 pedaleamos en esta no siempre fácil vida, si olvidar los años compartidos en el Colegio Robledo de Calarcá.
PD: Don Ernesto Sábato se ha marchado en pos del absoluto. . .