Estoy tratando de recordar y no puedo, que los hechos se hacen irrecuperables para esta desmemoria, si fuera memoria podría recuperarlos, eh!.
Lo cierto es que iniciado diciembre (escribo esto el día 4) es posible que esa inmensa mayoría de prospectos de bachilleres del colegio Robledo de Calarcá, en 1978, ya nos hubiéramos librado de la fauces y garras del proferoz, como a bien tuvo evocarlo en un comentario a este blog un no muy buen-pensante anónimo que compartió aquella experiencia.
También es posible que aún navegáramos en el mar de la intranquilidad a la espera del imposible, una nota, una aprobación improbable, o, peor aún, que, ahora sí, por fin estuviéramos entregados al estudio de la fatua materia (que no digo su nombre para no martirizar a la parroquia) y citados para el patíbulo de la última prueba... habilitación que llamaban.
He querido evocar estos momentos pero se me escapan, tal parece que el olvido es cómplice y nos esconde de lo que no deja un buen sabor de boca; pero tampoco logro recuperar el momento de recibir el aprobado y revivir la sensación: Brincamos en una pata de contentos al grito de ¡hurra!, corrimos como locos falda abajo para gritarlo a todos los vientos, nos abrazamos... todo se me niega, solo alcanzo a imaginar el descanso que significó aquella nota, volver a respirar tranquilos y saber que ahora sí nos hacíamos bachilleres, misión cumplida.
Ahora, a treinta y cinco años luz, las cosas no es que se vean distintas, es que ya casi no se ven, de los mas de treinta compañeros de pupitre, más los otros de "B", de los profesores de entonces, las aulas y del establecimiento mismo estamos cada vez mas retirados, mas ausentes; si acaso, y hablo por mí, por alguna eventualidad cada vez más dispersa se da algún contacto; con decir que en los últimos diez años me habré visto con dos o tres y pare de contar, y por medio de este embeleco llamado blogg, he contactados con unos pocos mas, pero la gran mayoría permanecen perdidos en la distancia, pero eso sí, los recuerdo a todos tal como eran entonces, estrenando vida, radiantes en su atrevida juventud, exultantes de sueños, prestos para emprender el camino, para salir a rodar por este mundo, el de entonces, que luego ha cambiado tanto, y nosotros todos igual, igual de cambiados, haciéndole caritas a la tercera edad, muchos abuelos ya y otros no tanto...
De todas maneras ya son treinta y cinco vueltas montados en este globo desde aquel acontecimiento que marcó nuestras vidas, 35 trepidantes vueltas, unas mas agitadas que otras, con algunos descalabros y muchas muchísimas realizaciones, logros, metas, éxitos...
Volviendo la vista atrás soy consciente, o pretendo serlo, que quien vivió esos locos años de colegiante fue uno muy diferente del que hace recordación ahora, porque los recuerdos, para bien o para mal, dependen de quien recuerda y cada uno tiene su propia historia, como la vida misma que a pesar de compartida es para cada quien una experiencia única.
Todavía conservo la esperanza de un reencuentro, pero no atino a ponerle fecha, desde esta esquina se me hace difícil ponerme en la tarea y no soy quién para pretender que otros la hagan por mí, así que como meta sigue vigente, entre tanto seguiré navegando entre los recuerdos que cada vez se hace más tenues, más lejanos, mas inciertos.
NOTA: No quise dejar pasar esta fecha, 12 de diciembre, la generación del saco a cuadros iniciaba su camino y sigue su marcha.