Cuanto daría hoy por estar en uno de los balcones que dan a la plaza del ayuntamiento de Pamplona, para embelezarme con el cardumen de humanos que danzan al son de los vinoholes con que se embriagan hasta las médulas, mientras esperan a que aparezca en el balcón de las autorizadades locales el designado de turno invitando a la fiesta y al gozo con el grito o la proclama que ya es tradición en la capital navarra todos los seis de julio: "Viva San Fermín, Gora San Fermín"... y el detonar del chupinazo que aviva la histeria y sumerge la barahunda en el paroxismo de la celebración.
Pero no, Navarra aún está lejos y las fiestas no me invaden, al menos por ahora; solo me queda el recurso de la imágen cuadriculada a través de la maja cágica, esa que nos sustrae, nos contrae y nos imposibilita la realidad misma. No hay otra alternativa, a falta de superar distancias, buenas son las imágenes en movimiento; me rindo!
El mismo recurso me quedará para los próximos días, cuando a las ocho, cada mañana, la vertiginosa carrera de los encieros superen los achocientos metros que separan a las bestias de su fatal destino y las calles abarrotadas de festeros vivan el frenesí del despropósito. Y yo, testigo desde la distancia; no hay remedio.
No puedo sustraerme, y no he querido-podido sus-llevarme, a estas ocho madrugas pamplonicas de atavismo singular, que no tienen par. Presenciar, porque las imágenes son en directo y eso me consuela, cómo parten desde los corrales por las estrechas, empedradas y habitualmente húmedas calles seis reses de pura casta, moles de quinientos kilos y más, con pitones altaneros, con la brutal fuerza que su vitalidad empuja y su empedernida decisión de llegar a la meta; en desbocada carrera a 24 patas, más otras tantas que les hacen compañía, las de los mansos que no pueden faltar para que la caravana sea completa; mientras en un fugaz intento por alcanzar la gloria, cientos y en muchas ocasiones miles de corredores se dejan arrastrar en busca de una carrera limpia, delante del toro, que no al lado ni detrás, delante de el o ellos, que entre más cerca mejor... y si llega la caida o la cornada, que sea sólo un testimonio en la piel, un trofeo de guerra que deja la jornada, para esperar la próxima, mañana o cualdo llegue. No ignoro ni olvido, que a veces, la partida se piede y el precio es absoluto, total, y se pasa a formar parte de recuerdos y de estadísiticas. Que la vida es corta y si se vive de prisa y delate de un toro, puede haerse aún mas!
Así, enmarañado en esta mar de patas y de cuernos, carreras, sobresaltos, resabalones, gritos, lamentos y caídas, me son ajenos Higgs y su bosón, las numéricas series fibonezcas, las gramaticales lecciones de Wilson, Jhon, Evelio y Gonzalo con sendos dones, que el tiempo no supera el respeto debido; las ayudas de Vargas Aristizabal y los retos de Villegas Uribe. A este último la mejor de las suertes con su-bonachi, que no es ni llegará a será mio.
Imagen tomada de 20minutos.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario