lunes, 30 de agosto de 2010


50 AÑOS DE VIDA PARALELA

(A Esperanza Jaramillo, inspiradora de esta saudade)

Muchos de los egresados del Colegio Robledo –y aquí me gustaría que, por fín, levantaran la mano–, terminamos nuestra formación profesional en la Universidad del Quindío. Y para todos los robledistas del 78, –meses más, meses menos, depende desde donde se cuente este cinquentenario– nuestra vida ha corrido paralela y concomitante, alegre y desbocada, a la gesta de la razón y la concordia que constituyó, de fondo, el proyecto de la Universidad del Quindío.

Por eso me alegra recibir testimonios de la celebración de sus cincuenta años. La toma pictórica de los estudiantes de Bellas Artes que suavizaron algunos rincones de la institución extendiendo la vida sobre la vida y añadiendo color al trajín cotidiano de la razón. Las actividades académicas que pusieron el valor el pensamiento y la investigación de los quindianos, y el libro que conmemora esta fecha definitiva para el progreso regional. Un libro en donde se han destacado, con fino humor, como lo comenta la poeta quindiana Esperanza Jarmillo, los textos de los escritores y docentes Carlos Alberto Castrillón y José Nodier Solórzano Castaño. Y como si fuera poco, este último presentará, además, una de sus realizaciones como presidente del Consejo Nacional de Literatura: La biblioteca de Autores Quindianos.

De nuevo José Nodier Solórzano Castaño, desde una propuesta renovadora en donde realidad y ficción pierden sus límites, toma la palabra para acentuar verdades y razones, y vuelve a evaluar y re-crear, con una acidez que puede incomodar a los serios escritores quindianos, la desnudez de su inexistente literadura, según las palabras de Rosamira Castrillón .

El texto del poeta Carlos Alberto Castrillón Rámirez, no lo conozco, pero sí conozco de sobra su valía en la critica literaria y su experticia el estudio de la risa, la geloslogía. Pero sobre todo conozco su calidad de ser humano que permite augurar mucho más que risueñas páginas.

A la que no conozco de viva persona -y recargo esa expresión coloquial- es a la ninfómana esa de la Rosamira Castrillón, con la que no se si realmente me gustaría encontrarme, hay ciertos trotes que ya reclaman más calmados disfrutes. Uno no sabe que es peor, si su lengua viperina, cruzada con machete tres canales y abarcas trespuntá, o sus insaciables apetitos carnales, que no ha dejado miembro de ASOEFIFI sin desflorar.

Y lo peor: uno no sabe que es mejor. En definitiva, que viva Rosamira, pero que viva lejos.

Que viva el buen humor, que tanta falta nos hace para asumir la vida de una manera más tranquila, más fluida, con un mayor disfrute, un humor que morigere la solemnidad, pero que no banalice lo trascendente.

Pienso en 50 años de la Universidad y las figuras míticas de Euclides Jaramillo Arango, Alirio Gallego y Otto Morales Benitez empiezan a dibujar montañas y razones para combatir la violencia.

Y detrás de esos paisajes, toda una historia de nombres y personajes que corre, gracias a extrañas geometrías no euclidianas, paralela y concomitante con esa entrañable institución en la que construimos sueños posibles con un grupo grande de Quinjotes (Quijotes Quindianos, así, con letras capitales). La revista Termita, la Universidad a Distancia, la participación de la Universidad del Quindío en el Canal Regional de Televisión, el Encuentro Iberoamericano de Cine y Television , o el Concurso Nacional de Poesía en homenaje precisamente a ese viejo bello, ese enorme Quinjote que fue, ha sido, y siguirá siendo el finado Euclides.

Allí disoñamos también los currículos profesionales para los artistas quindianos de todas la áreas (música, teatro, pintura) y propusimos el Diplomado en Gestión Cultural. No hubo los oídos suficientes, ni la voluntad política. Pero el sueño fue compartido y socializado con y por otro grupo de Quinjotes, todos, promesas de mejor futuro para los quindianos. Nosotros, los de entonces, seguimos soñando lo mismo: más libros y más libres, más poesía y menos policía, menos miradas estrechas y más alas para el espíritu.

Soy y estoy quindiano, inmensamente quindiano y orgullosamente uniquindiano, donde he sido feliz y propósitivo. Abrazo interoceánico, extensivo a cada uno de los profesores, los funcionarios y los estudiantes con los que hemos cruzado calles y caminos y afectos y sueños y realidades.

50 años cumplo también de forma paralela y concomitante y los celebro y los canto báquicamente, sin ambages, como lo hace el inconmensurable Withman al que no le daba pena ser uno con su tierra, ni celebrarse con sus habitantes

Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.


(Traducción de León Felipe)

Salud, amigos de la Uniquindio. Tú universidad, mi universidad. Y no desgrano nombres porque tal vez alguno pueda sentirse olvidado, ninguneado. Y nada ofendería más mis motivos de celebración que la ingratitud y el olvido. A cada uno de ustedes que reconozco en el abrazo silencioso, en la mirada cómplice, en el sentimiento de sabernos partes de un proyecto de vida para nuestra tierra: Salud. Y quien quiera levantar la mano o dejar oír su voz aquí le dejo la dirección del Blog para que hagamos soñar los cristales (los cristales de sílice, digo): http://colegiorobledocalarca1978.blogspot.com/

Sueño –y por eso no cobran impuestos, como solemos decir en Colombia–, que la Universidad del Quindío me hará llegar a estas tierras manchegas, un ejemplar de ese libro ceremonioso, vital y humorístico, que ya empieza a ser reseñado entre los quindianos, sin todavía salir a la luz. Buen augurio, mejor celebración aún.

Carlos Alberto Villegas Uribe
Madrid, 2010-08-30

domingo, 22 de agosto de 2010

RECUPERAR LA BRÚJULA PARA LA CULTURA QUINDIANA

Doble clic sobre la imagen para ver el documento completo.

Gracias al pdf remitido por Gladys Sierra, Directora de Cultura en el Departamento del Quindío, tuve la oportunidad de leer con detenimiento el documento: Sistema Departamental de Cultura del Quindío. Propuestas para su consolidación. .

Quiero felicitar públicamente a los quindianos, y en especial al profesor Néstor Cuervo López y a la investigadora Ana Lucelly Velasco Jurado por este buen trabajo de investigación evaluativa.

Este trabajo es un valioso ejercicio académico que apuntala una muy perseguida meta: la construcción paticipativa de un sistema que articule -desde la sujetividad, la intersubjetivad y las mediaciones que significan a los quindianos-, aquellos ámbitos de la cultura que nos determinan como una colectividad simbólica con destino propio.

Muy interesante y apropiada la introducción de las visiones de premodernidad, modernidad y posmodernidad. Considero pertinente la necesidad de presentar, explicitar y socializar, entre los agentes de la cultura quindiana, estos conceptos, sin duda eurocentristas, pero fundamentales para entendernos como partícipes del megasistema de la cultura occidental. Proyecto no excluyente, que sin embargo es necesario cuestionar y confrontar desde nuestra idiosincracia Latinoamericana, ese crisol de la cultura que no agota sus cosmovisiones en los tremedales de la razón.

Lúcida, concreta y entendible la presentación de unos conceptos de muy alta densidad y de muchas aristas. Y por lo tanto, interesantemente, discutibles. Creo que el abordaje de esta mirada holista de la cultura occidental y el esfuerzo de contextualización en torno a las procesos históricos de nuestra institucionalidad, le brindan al trabajo realizado un fundamento que trasciende el simple ejercio tecnocrático. Nestor y Ana Lucelly han obviado este tópico que generalmente limita la investigación evaluativa condenándola al reducido papel de instrumento administrativo.

Participo de la crítica a los planes de cultura, incluido Biocultura 2020, y coincido que tanto en éste, como en el anterior plan, que gozó del limbo que la voluntad política impuso, contienen, como ellos mismos lo reconocen, elementos positivos en su concepción amplia y no instrumental de la cultura. Planes en los que, en consecuencia, deben nutrirse los actuales horizontes de sentido que se le propongan a los habitantes del Quindío, para darle continuidad a la historia de un pueblo que se interesa por dilucidar su papel protagónico en la historia del país. Esa Quindianidad que propone, y de la que a veces también duda, Jaime Lopera Gutiérrez, presidente de la Academia de Historia del Quindío. Una comprensión de colectividad simbólica que encuentra, para fortuna de los pobladores de la región, objeciones inquietantes en la voz del reconocido escritor Jose Nodier Solorzano Castaño.

Es grato leer un texto de esta dimensión, y más grato saber que ha gozado de la socialización necesaria. Pues solo ella garantiza que se superen los efectos de desesperanza que pueden haber sembrado los anteriores planes. El futuro es un proceso de acercamientos progresivos que se resuelven estrategicamente en el aquí y el ahora. Por eso es necesario invitar a todos los agentes de la cultura a leer con mirada critica cualquier hoja de ruta que se trace, pues ella, si bien es orientadora, no debe esclerotizar, ni detener el avance, ni la posibilidad, siempre vivificadora, de la reorientación de los esfuerzos.

Felicitaciones también a Gladys Sierra y a todo el grupo de agentes que participaron con sus testimonios y sus críticas estructurales, pues son ellos quienes movilizan y objetivan los imaginarios sociales y favorecen la visibilización de la cultura, no entendida ya en el necesario pero excluyente concepto de creación estética.

Sobraría agregar que respaldo toda iniciativa que le devuelva a la cultura su posibilidad protagónica en el conjunto de poderes que orientan y definen el destino de los quindianos -sobre todos si esas inciativas cuentan con la voluntad de los habitantes del Quindío, no como fórmula, sino como esencia de la libertad y la democracia, que aunque utópicas, son indispensables en la conquista de la suerte que nos merecemos, no la que nos imponen desde la desinstitucionalización.

Por esa misma razón celebro la inciativa de restitución del actual organismo al nivel de Secretaria de Cultura. Una inciativa valiosa del Gobenador en su proyecto de reorganización institucional, porque entiendo, y así lo espero, que esa iniciativa obedece a una sana defensa de los intereses colectivos de los quindianos.

Enhorabuena por la cultura. Enhorabuena para los quindianos.

CARLOS ALBERTO VILLEGAS URIBE

Madrid, 22 de agosto de 2010

miércoles, 18 de agosto de 2010

LOS H.P. QUE ME TOCARON EN SUERTE

(H.P.) Hermanos Putativos, aclaro de entrada para que el lector no vaya a pensar de manera equivocada.

Porque según mi hermano, el era feliz hasta que nos adoptaron a todos. Para él, todos lo otros somos unos adoptados (Hijos Putativos) y dice tener testigos que lo pueden probar, así tenga que comprarlos. De acuerdo con Jorge Enrique, por el volumen y el tamaño tuvo que posar para la foto en el puesto del medio. Y es cierto que he lucido siempre un sobrepeso que engaña y a causa del cual me conocen como “el gordo” entre la familia, y el muy popular apodo de Petete, entre los amigos. Aunque cariñosos, motes peligrosos en estos tiempos de falsos positivos.

No es preciso aclarar, ya los amigos lo saben, que la familia Villegas Uribe no goza de gran estatura física, de hecho el tío Gilberto, con su irrenunciable vocación de cura de bautismos zurdos, anatemizó a nuestra madre con el apelativo de “la paturra”. Y hasta se atrevió a decir delante de ella que era más fácil saltarla que darle la vuelta. Con hermanos así... ¡Pobre paturra!

Después de la adopción colectiva que dice poder demostrar; Jorge Enrique no quedó de hermano mayor. Puesto del que me he abrogado el privilegio, porque Lucy, la verdadera hermana mayor, no cuenta de manera completa en la historia de los Villegas Uribe, así la queramos hasta el tuétano de su melanina. Oportunidad que he aprovechado para quedarme con la primogenitura, sin tener que invertir ni un peso, ni el consabido plato de lentejas.

Jorge Enrique tampoco tuvo la fortuna de ser el hermano menor, una posición más disputada que la Presidencia de la República. Tan bonito el niño o la niña, le dicen siempre al último que aterriza. Ese privilegio lo ostenta Maria Patricia, a quien cariñosamente le decimos patico, pero que en realidad es una hormiga trabajadora, responsable y solidaria. El hermano menor es quien realmente desbanca a todos en el afecto. Y el causante de todos los traumas familiares, debido a la mala leche y los celos que produce entre los hermanos tal situación de pérdida de poder y de autoestima. A eso lo llaman en mi pueblo bajarlo a uno del curubito. Suceso que tuve que padecer en número de tres, por los egoístas placeres de mis padres. Y a mi nadie me compadece. Trauma, trauma, trauma.

Sí. A mi pobre hermano, le tocó la desgracia de ser el hermano del medio, y además, hombre, para más infortunio. Luz Amparo que es la otra hermana del medio, disfruta de su condición femenina y de una dulzura desbordante que, en una sociedad machista como la paisa, invita a cuidarla, a mimarla, a protegerla, cuando en realidad es ella quien nos protege a todos.

Así que Jorge quedó náufrago en la mitad de la familia y con una condición de necesitado que nosotros no imaginamos nunca, si no, le hubiésemos ayudado con la cuenta del mejor de los psicoanalistas; lo juro.

Para fortuna de nuestro hermano, él fue la ñaña, otra posición familiar de privilegio, de la tía Fany, la mujer más querida de toda la parentela Villegas Londoño. Un ser amoroso y vital que luchó a brazo partido contra las prácticas de una familia que dilapidó –la abuela Inés incluida– parte de la herencia de Jesús Londoño.

La ñaña. Afecto reiterado del que fui victima muchas veces en las temporadas de verano en Cali, una larga historia que está tamizada de injusticias. Anécdotas que mi hermano ya prepara en un monólogo en el que, dudo, yo pueda salir bien librado. Trauma, trauma, trauma.

¿Que si creo que mi hermano podrá montar ese monólogo, se preguntarán, ustedes?

Eso sí no lo dudo.

Para sobrevivirme ha tenido que construir una historia paralela que lo ha llevado a ser portero de fútbol, bailarín de salsa con afro y camisas vistosas, arquitecto de globos de papel, dibujante con escaleta, declamador, cruzrojista, Contador Público, alto funcionario de la banca, docente universitario, empresario denodado e incansable impulsor de utopías solidarias. Trauma, trauma, trauma.

Ahora soy yo el que tengo miedo, el que necesita al psicoanalista. He visto cómo se prepara en el arte de las tablas. A quien lo dude le recomiendo el siguiente cortometraje en donde todavía desempeña un papel secundario. Fui yo quien debió aparecer en él como correspondía a mi condición de hermano mayor.







Puede que yo lo admiré más de la cuenta, pero con su porte de Telly Savalas, no dudo que lo contratarán muy pronto en Hollywood para una nueva versión de El Pandebono Maldito, basada en el guión de Alexander Prieto Osorno, mi reciente amigo y Premio Rulfo de cuento, que equivale a decir: Premio Nóbel de Cuento.

Pídanle autógrafos ahora, que después no tendrá tiempo de firmarlos, o tendrán que conseguirlos conmigo, su manager, su hermano mayor. Desde que conocí ese cortometraje, he dejado de nombrarlo como Jorgito, el indolente diminutivo, de subido tono fariseo, que utilizamos los hermanos mayores para sojuzgar e imponer supremacía. Desde ese día aciago, lo llamo, sin más, Jorge Enrique.

Prepárense que ya llega la historia Los hermanos putativos que me tocaron en suerte. Jorge Enrique ya empezó a escribirla. Creo que prepara su venganza. Tiemblo al pensar lo que contará de nosotros. De todas maneras, y pase lo que pase, ya he recibido asesoría de un abogado amigo (Luis Fernando Londoño Daza, egresado del Robledo 78) para demandar los recursos pecuniarios que me corresponden por derechos de autor en la historia. ¿Entre el buen nombre y el Villete, alguien lo duda?

Jorge Enrique alegará que esta historia se la quité de las manos, como le quité aquella bicicleta que le regalaron en una navidad. Demasiado pequeña para mi recien estrenada estatura de bachiller y apenas justa para su tamaño de estudiante de escuela primaria. Una bicicleta que terminó siendo mía mediante el vil recurso de la pataleta. Jorge Enrique tuvo que consolarse con la tarea de tensarle los radios para poder disfrutarla. Tarea en la que, sospechosamente, demoraba demasiado. Y tampoco dudo que pueda tener testigos para probarlo.

Tengo miedo, hace seis meses que no duermo tranquilo. Crearán que estoy un poco paranoico. Pero nunca se sabe. Conocemos historias de hermanos que no se quieren bien, sobre todo si uno de ellos no es ni el hermano mayor, ni el hermano menor, sino el hermano del medio. Y según Jorge Enrique, la historia de Abel y Caín es una historia de cuento de hadas comparada con la nuestra.

Trauma, trauma, trauma.


Carlos Alberto Villegas Uribe
Madrid, 2010-08-17

domingo, 15 de agosto de 2010

CARTA DE UN CALARQUEÑO A SUS CONCIUDADANOS

Apreciadas amigas y amigos calarqueños y quindianos.

A pesar de la distancia física que me separa de mi tierra natal, nunca he estado ausente de las calles de Calarcá y del Quindío.

De hecho, continuamente participo de su vida cotidiana o sus afanes a través de las posibilidades que nos brindan los medios contemporáneos. Recuerdo ahora la teleconferencia en el Centro Cultural Música y Región sobre la efectiva presencia de la generación Termita en la vida cultural de los quindianos. La reciente participación en la alegría colectiva que significó Calarcá para Leer, iniciativa privada de Álvaro López quien volvió a evidenciar que los proyectos identitarios enraizados en los valores culturales, tienen cabida y además, vivifican la historia de nuestra colectividad y su presencia en el escenario político, regional y nacional. Desde esa ausencia presente, también he sido participe activo del Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales. Y no hace pocos meses hice un ejercicio de Observatorio Periodístico y manifesté públicamente mi preocupación por las acciones que condujeron a unos conciudadanos a encadenarse a las rejas de la alcaldía.

Creo que esa presencia efectiva y constante, además de mi condición de ciudadano raizal, me autorizan a manifestar nuevamente mis preocupaciones sobre el futuro político y cultural de Calarcá. Por esas mismas razones aprovecho la posibilidad que ofrece el blog Colegio Robledo 78 para expresar públicamente mis opiniones con el propósito de motivar un debate ciudadano en torno a las votaciones regionales que se avecinan.

Creo sinceramente que el proceso político que vive Colombia, en el que se ha perdido el norte institucional y la autoridad moral, obliga a los ciudadanos a plantear alternativas democráticas no violentas, centradas en el diálogo y la concertación.

Y para que tal propósito se logre, la confianza y los criterios de verdad deben estar a la base de cualquier proyecto político de renovación y progreso. Porque cuando los falsos positivos se convierten en el criterio de efectividad de un sistema, se ha perdido toda posibilidad de legitimidad democrática, de confianza, de validez institucional.

Y esto que es válido a nivel nacional, también debe ser válido a nivel local y regional. Los criterios de verdad institucionalmente consensuados, desde los que Habermas plantea la posibilidad democrática de la acción transformadora de la política (La pretensión de verdad, la pretensión de sinceridad, la pretensión de correccción normativa y la pretensión de sentido o significado socialmente consensuado e incluyente) deben ser los referentes, la hoja de ruta, necesarios pensar un proyecto desde Calarcá, la región y el pais. Un proyecto verdaderamente transformador de la deleznable realidad política en la que se sumerge, en la que naufraga, paulatinamente Colombia.

Lo que le pasa a cada uno de los ciudadanos, del espectro político y del estrato que sea, le pasará a la nación. Por eso no podemos hacer oídos sordos a la necesidad de un Estado garantista de los derechos ciudadanos socialmente consensuados. Defender la Constitución como una herramienta del estado social de derecho, deberá ser uno de los propósitos de un proyecto político incluyente. Esa constitución que todos ayudamos a construir con nuestro voto delegatario y no la que han ido desmembrando articulito por articulito. Colombia debe abandonar la barbarie del secuestro, de la extorsión, de las desapariciones forzosas, de los descuartizamientos, de las fosas comunes, de los falsos positivos, de la corrupción administrativa. Acciones que desesperanzan y legitiman la profundización de la barbarie y la invalidan internacionalmente como un país democráticamente viable.

Pero debe ser la acción consciente de cada uno de los ciudadanos la que exija, sustentada en el Derecho, la recuperación de la legitimidad institucional. Es la acción concreta de control responsable e incluyente de cada ciudadano, la que debe ayudar a garantizar que las instituciones que ha ayudado a construir no se conviertan en escenarios de corrupción y peligro social. El poder de hacer algo con sentido de legitimidad es el acto concreto que transforma mínimamente la realidad y suma en beneficio de todos. En esta acción solidariamente comprometida reposa la posibilidad de cambio.

El Quindío, y particularmente Calarcá, posee un recurso humano que desde su trayectoria política y cultural, es todavía un remanente valioso para proponerle al municipio, en primer lugar, al departamento, en segundo lugar y al país, en definitiva, horizontes de sentido que no se agoten en la corrupción, en la farsa institucional, y en la deseperanza.

Calarcá, insisto, tiene el talante intelectual y el recurso humano para plantearse una tarea protagónica: la construcción de una nueva realidad colombiana correctamente normativa. Para ello debe prepararse para elegir a unos líderes que garanticen la aplicación de los principios constitucionales, el manejo del ejecutivo con visión de interés colectivo y una justicia que sea igual para todos. Y desde ese remanente cívico y político, deberá ejercer la tarea de proponer un proyecto político y cultural. Un proyecto desde lo local, pero con mirada global que interprete las realidades de su historia identitaria para promover un futuro que sintonice al municipio, al departamento y a la nación con las demandas vanguardistas y civilizadoras de los países garantes del Estado Social de Derecho.

El seguimiento de la historia reciente de nuestro municipio y sus líderes más progresistas, impulsa a pensar en distintos nombres. José Jota Domínguez, por ejemplo, un periodista comprometido con Calarcá y con una interesante trayectoria gubernamental a nivel departamental y nacional. José Humberto Guevara, líder cívico con visión regional y con una presencia efectiva en la Asamblea Departamental. Carlos Arturo Patiño, gestor cultural e interprete cabal de la cultura cafetera o José Nodier Solórzano, escritor y líder que representó con suficiencia a los escritores de Calarcá, del Quindío y Colombia en el Consejo Nacional de Literatura del Ministerio de Cultura e instituyó un espacio de tanta proyección cultural como el Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales .

Y sé que con estos nombres no agoto la lista, pero si abro con ellos un compás de diálogo municipal y departamental en torno a un necesario proyecto de reinstitucionalización política para Calarcá, el Quindío y Colombia.

Carlos Alberto Villegas Uribe
Madrid, 14.08.2010.

sábado, 14 de agosto de 2010

Que veinte años no es nada!

Bien lo canta Gardel, que veinte años no es nada. . . y digo, canta, en presente, porque como dicen algunos tangófilos trasnochados: Carlitos cada día canta mejor!

Así, si veinte no son nada, treinta no son tanto y cincuenta tampoco. Y los tres números pueden guardar relación entre sí, para los bachilleres del Colegio Robledo de Calarcá, que en 1978 nos batimos en retirada de aquella pequeña colina desde la que oteábamos a la Villa del Cacique; claro que habían y siguen habiendo mejores miradores como el moro, la virgen blanca o el recreo, en la vía hacia La Línea. Mejor aún, sentados sobre peñas blancas. Buenos recuerdos!

Pero el tema de los números viene a cuento por el tango y otras cuentas; que hace poco pasamos de los treinta (años) de ser bachilleres, cuando nos acercábamos todos a los veinte, lo que nos lleva a que ahora, al menos lo que seguimos respirando, estamos bordeando, si aún no hemos rebasado, la cincuentena, o medio siglo que llaman. Así las cosas muchos son padres y algunos hasta abuelos; es más, no faltará el que ya disfrute de alguna pensión (Porque en nuestro país eso es posible).

Lo anterior mirando hacia atrás, que ser retrospectivos hace parte de nuestra naturaleza, porque al mirar hacia adelante. . .

Dentro de veinte seremos septuagenarios (que suena fágil el término, eh) y eso sí que da qué pensar, porque como bien sigue cantando carliitos: Que veinte años no es nada!

Jóder! La madre que los parió!

Fuerza, y p´lante, p´lante que p´trás asustan.



viernes, 13 de agosto de 2010

Medalla de Oro en Garrocha Ambiental


Siempre he aplaudido la iniciativa del blog que nos propone Luis Fernando Noreña (http://colegiorobledocalarca1978.blogspot.com/). Sin embargo, creo que la acotación al año 78 limita la posibilidad de hablar de otros egresados que merecen un buen post.

Por eso, ahora voy tomarme la licencia de subvertir el orden para contar la historia de un egresado del Robledo, del que poco se sabe en el Quindío y mucho menos en Colombia, pero si bastante en Francia y mucho más en Hong Kong.

Se trata de Carlos Humberto Restrepo, un robledista cuya trayectoria profesional lo llevó a representar, en la década de los noventa, a una firma francesa de medio ambiente en la competitiva Hong Kong. Su mérito, haberse ganado la licitación de un proyecto internacional. Una proeza que muy pocos latinoamericanos pueden ostentar. Si Carlos Humberto practicara el atletismo equivaldría a ser medalla de oro en unos juegos Olímpicos, representando a otro país. El caso debió haber sido divulgado en Colombia, si los medios fueran fuentes de información y validación social y no empresas de comunicación y venta de imagen de quienes tienen el dinero para pagarlas. Que vivan los blogs y las redes alternativas que democratizan el derecho a ser, a tener nombre propio.

Con él tengo el honor de haber construido calles bajo el calarqueño sol de los venados mientras intentaba reclutarme, en compañía de Carlos Mario Vargas Aristizabal –Guilligan–, para el cultivo del esperanto. De esas jornadas quedó una amistad que aún continúa y que se refuerza con nuestros esporádicos encuentros en las calles madrileñas en donde aventuramos sobre las ventajas que tendrían las universidades colombianas si lo reclutaran para impulsar en nuestro país proyectos de investigación en ambiente sostenible y a través de largas conversaciones telefónicas en las que, como si fuéramos hermanos de sangre, reímos, reñimos y nos hacemos bromas en torno al Hispañol. Una definición que, para mí, debería ser la adecuada para esa lengua extensa e incluyente que hablamos desde la Patagonia hasta el borde de los Pirineos, cuyo caudal se enriqueció, y se sigue enriqueciendo, con los aportes de etnias, lenguas y naciones. El “español” no lo hablan ni los españoles. La constitución española lo dice: la lengua oficial de España es la lengua castellana aunque autorice el habla de otras lenguas en distintas comunidades. Por mandato de la actual monarquía constitucional, en España se habla castellano y pare de contar.

Carlos Humberto era un niño precoz y era mucho más maduro aunque fuera más imberbe y más joven que yo. De hecho su sabiduría evitó que yo regresara a trabajar al colegio San Luis Rey en Armenia (Quindío-Colombia) porque el contrato que me ofrecían en el ICFES solo alcanzaba para pagar el apartamento que tuvimos que tomar con él y con el caricatógrafo Jarape, en las inmediaciones del Barrio Chapinero.

Mire mijito, me dijo con aire de papá regañón frente a la mole arquitectónica de cemento armado y ladrillo a la vista, desentétese de ese complejo de Edipo que lo va a matar, acepte el trabajo y entienda que muchos pagarían por trabajar aquí. Y era cierto, todavía no hay universidad que me brinde la formación profesional adquirida en el Instituto Colombiano para la Educación Superior, ni tendría forma de pagarla. Fue un doctorado en Educación a Distancia, sin titulación.

Incontables las anécdotas en los dos años en los que compartimos en aquel apartamento de la calle 57 al que se incorporarían después dos chicas y un estudiante de física de Universidad Nacional para que pudiéramos superar la estrechez económica. Cuadros Humberto, como le decíamos cariñosamente, abandonó su oficio de vendedor después de leer La metamorfosis de Kafka y, en medio de una crisis existencial, decidió ingresar a estudiar Biología en la Universidad Nacional, la carrera más cercana a su verdadera vocación adolescente: la Biología Marina. Y la única capaz de costearse con los recursos acumulados en su vida de vendedor de productos de laboratorio.

Y en el proceso de reconducír su vida y ampliar sus horizontes se ideó la taxomonología. Una idea revolucionaria que hoy se conoce en epistemología como Taxonomía de las ciencias. Así que mientras Jarape llenaba incansablemente libretas y libretas con las historietas de Salento Kokora, Zorito, Don Teo y todo tipo de chiste gráfico que se le pasaba por la cabeza, y yo leía los currículos de las universidades que no alcanzaba a revisar en el trabajo, Carlos Humberto desplegaba sábanas enteras de papel blanco con la categorización y los vasos comunicantes de las ciencias naturales y humanas.

Aunque realmente no era aquel un apartamento de cartujos. Una que otra fiesta y sus desordenes se colaron entre las sábanas de aquella casa de pensión improvisada en donde todo problema era fácilmente solucionado con una oficial y colectiva “junta de ombligos”.

Un día Carlos Humberto llegó con la noticia: Cerraron La Nacho. Y sus ojos volvieron a quedar desbrujulados. Al carajo la taxomonología y de nuevo al duro trabajo como vendedor, porque le entró el desespero por buscar nuevos horizontes fuera de ese país de mierda que le negaba las posibilidades de cumplir sus sueños. El esperanto, en el que ahora estaba yo reclutado, era su punto de partida. Se iría con un amigo a visitar los esperantistas a los europeos que lo acogerían fraternalmente.

Los dos le coqueteábamos a una de las chicas que habitaban el apartamento, la más insumisa también. Y una semana en que Carlos Humberto salió de viaje, yo aproveché para enseñarle el esperanto básico que él me había enseñado. Así que le gane de mano, o perdí de pierna, se supo finalmente.

No hubo entonces forma de disuadirlo de partir. Para nada le valió que le advirtiera que la confraternidad esperantista era una quimera, ni que le insistiera que fuera del propio país, uno es nadie, solo sirve para lavar platos y hacer trabajos sucios. Alguna vez me escribíó desde Inglaterra: Petete, como usted lo dijo, estoy lavando platos en Liverpool, pero no me arrepiento.

Su amigo, un esperantista de Armenia, lo dejó tirado en el primer aeropuerto que pisaron, pero el tuvo la fortuna de ser recibido por un calarqueño en Paris, José Yesid Sabogal –Nono–. Carlos Humberto consolidó una amistad con este soñador de utopías que los llevó a Grecia, Italia, Israel, Suiza. Lugares y países que enriquecieron su natural inclinación de lingüista y lo convirtieron en un verdadero políglota. Finalmente se estableció en Lyon, Francia, donde se diplomó en acuicultura y desde allí entró en las grandes ligas de la protección ambiental francesa.

Sentarse a escuchar las anécdotas de Carlos Humberto y de Nono, como lo hicimos en la primavera del 2008 en la madrileña cafetería Zahara, equivale a escuchar de viva voz las farragosas historias sobre Ulises Lima y Arturo Belano que narra Roberto Bolaño en Los Detectives Salvajes. Pero con una particular ventaja, las aventuras de estos dos calarqueños están llenas de vida verdadera. Pareciera que ellos coinciden con mi apreciación: “La literatura somos nosotros, solo que nos la perdemos”.

Carlos Humberto Restrepo ha sido para mí: amigo, coterráneo, desenmusgador, profesor de lengua agonizante, coRobledista, traductor irresponsable, mamagallista burletero, aprendiz de filólogo y finalmente Hermano, con H mayúscula. Y bien se merece este homenaje. En vida, Hermano, en vida.

Carlos Alberto Villegas Uribe
Madrid. Agosto 13. 2010

jueves, 12 de agosto de 2010

Encuentros que marcan

Ah, carajo. Ha muerto Hector Ocampo Marín y me lo cuenta Antonio Cacua Prada a través de un e-mail que reenvía Jaime Lopera Gutiérrez. Viejo bello el Hectór Ocampo Marin. Un maestro dispuesto a compartir su sabiduría. Tuve la oportunidad de encontrarme con él, como mucho, dos o tres veces en la vida y cada una de ellas cimentó mi admiración por otro de los nombres míticos de la literatura quindiana. A pesar de no haber nacido en nuestro pueblo, siempre lo asocié con Calarcá y sus escritores. Supe tiempo después que efectivamente había sido, entre otro de los múltiples oficios de su trayectoria administrativa, síndico de la beneficencia.

Por mis épocas de bachiller, Héctor Ocampo Marín era ya un referente en la comarca literaria y llegué a conocerlo finalizando mis estudios universitarios a través de su libro de ensayos sobre personajes universales -libro cuyo nombre no preciso en estos momentos-. Entonces, yo era jefe de recursos audiovisuales en el Colegio San Luis Rey y estaba a cargo de los laboratorios de física y química, de un salón donde proyectaba películas de las embajadas y de una incipiente biblioteca en donde encontré su libro cuidadosamente editado por Quingráficas. Y quizás haya error en la cita bibliográfica, es tan imprecisa la memoria. Aunque sea cierta la parquedad de los franciscanos.

Siempre me fascinó la limpieza de su estilo llano, que no hacía aspavientos ni se regodeaba en imágenes rebuscadas. Un estilo directo que le daba prioridad a las ideas, una forma de narrar destilada de los matraces de un periodismo esencial, sin requiebros ni amarillismo, un estilo literario tal vez, pero sobre todo, una posición ética que él cultivó con pasión de sabueso, con interés de cazador de gazapos, de procurador del estilo y el buen decir.

Cuando fui a trabajar al ICFES, en Bogotá, tuve la oportunidad de acompañar al caricatógrafo quindiano Jairo Peláez, -Jarape- a entregar su material al Diario de la República y aproveché para conocer al hombre mito. En ese entonces Darío Fernando Patiño todavía no se había graduado de periodista pero ya ejercía como editor de las páginas económicas en ese mismo diario.

En el edificio de la carrera Quinta con calle 18 me encontré por primera vez, en viva persona, como le hubiera gustado subrayar jocosamente a un caricaturista radiofónico, con Héctor Ocampo Marín, un ser humano de una sencillez esplendorosa. Pausado, refinado y juicioso, tanto en las maneras como en los razonamientos. Detrás de sus fuertes gafas y de su fuente de tinta verde con la que subrayaba pacientemente las galeras de prueba del diario, presentí una voluntad de trascendencia que desatendía los afanes de la fama. De esa manera conocí la encarnación del hombre sabio, sereno, erudito. Es posible que Darío Fernando ya no recuerde este encuentro, pero en compañía de Jarape dialogamos con Héctor Ocampo Marín sobre caricatura y sobre literatura. Alguna referencia le di entonces sobre el Taller Literario del Quindío, grupo asociado en torno a la revista Termita que orientaba el profesor Álvaro Nieto Córdoba.

Era mayo, creo recordar, aunque tal vez la memoria saquisastémica de Jarape lo podrá precisar mejor. Esa mañana nos deleitamos con el nombre promisorio de Humberto Senegal, entonces muy asociado todavía a los nombres de Rodolfo y Humberto Jaramillo Ángel (tío y papá del joven talento y compañeros de tertulias de Héctor Ocampo Marín). Hablamos del ya mítico poeta Elías Mejía quien había regresado de una aventura por Europa en compañía del también escritor quindiano Orlando Montoya. Tiempo después le remití el segundo número de la revista monográfica Hermes, en donde publicamos los poemas de Elías Mejía y el Eliálogo en el que expresaba su comprensión de las vanguardias poéticas latinoamericanas. En aquella oportunidad me sorprendió oírlo citar el nombre de José Nodier Solorzano Castaño, un literato muy joven que hacía un par de años había sido finalista en un premio nacional de cuento convocado por El Círculo de Lectores. Fue entonces cuando descubrí uno de los amores secretos de Hectór Ocampo Marín. El hombre, ya maduro, vivía con pasión de coleccionista las noticias que le llegaban sobre los escritores del viejo Caldas, y en especial los del Quindío y los de su amada Calarcá, tierra a la que estimaba como su segunda patria. En aquel encuentro cimenté mi admiración por el escritor-mito, pero sobre todo por el ser humano que entendía la vida, desde la orilla del periodismo, como una narrativa vital de la que se es protagonista en cada segundo.

Aunque el vínculo se mantuvo a través de cuentos, poemas y ensayos que Héctor Ocampo Marín me publicó con generosidad en el suplemento literario Dominical de la República, pasaron muchos años antes de que volviéramos a encontrarnos. Fue en la Universidad del Quindío. El rector Henry Valencia Naranjo le había publicado una compilación de textos que exaltaban los vinculos del literato con el eje cafetero.

Aquella vez tuve la oportunidad de conocer, en toda plenitud, su dimensión de hombre mesurado y de sistemático cazador de gazapos. En las páginas preliminares del libro, que no habían pasado por sus manos, descubrió con asombro, con terror casi, que su juicioso ejercicio de corrector ortotipográfico había sido mancillado por la palabra coherción. Entonces solicitó muy amablemente que le trajeran todos los ejemplares y nos dedicamos, con un bolígrafo negro, a colocar un recuadro en esa “h” infame que se había colado y estaba malogrando su obra. Es un viejo truco de cajista que el lector agradecerá, claro que lo agradecerá, afirmó categórico. Y nos pasamos todo el día corrigiendo los libros, uno tras otro, mientras la historia de la literatura caldense transitaba por su voz de lector atento e instruido, tamizada de fechas, anécdotas y sonrisas oportunas.

La última vez que lo vi fue en los tiempos del terremoto. Yo ejercía como Gerente de Cultura y esperaba un vuelo para Bogotá, cuando su figura elegante –pelo completamente cano, fuerte y liso que partía por la mitad, ojos vivaces y perfil acentuado– atravesó las improvisadas instalaciones del cambuche aeroportuario yCursiva llenó con su presencia la sala de El Edén. La legendaria gabardina gris en el brazo, el sombrero borsalino en la mano y su impecable traje de calle le daban un aire masónico, catadura impensable para sus tendencias ideológicas. Nos tomamos un café en la pretendida sala vip. Luego del repaso por sus recientes lecturas paradójicas dejó caer una frase lapidaria: Carlos Alberto, la chabacanería nos está ganando a pasos agigantados. No pude preguntarle el sentido de la frase porque la amorosa y constante Melva Villegas nos acerco a los linajes y prosapias comunes que, según ella, se hundían en los nombres de líderes regionales y esposas de presidentes. Y aunque solo creo en la valía y la voluntad de los hombres que se hacen a pulso, sin la muleta de sus antecesores, aquella tarde estuvimos braceando largo rato entre la hojarasca de un árbol de raíces aristocráticas. Ella prometió hacerme llegar a través de correo, y efectivamente lo hizo, un árbol genealógico que abandoné en mi nuevo trasteo a Bogotá. Cuando estuve en la Sevilla española no pude hacer otra cosa que sonreír al tomarme una foto en la propia Calle Villegas, y recordar a Melva y sus afanes y al pausado viejo que sabiamente la acompañaba, ese hombre mito, ese lector atento que cultivó tantos géneros literarios, pero que solo fue feliz en el ejercicio cotidiano del periodismo, el amor y la amistad; sus verdaderas pasiones, su única vida, su mayor valía.


Y si no fuera porque aún temo su frase lapidaria, terminaría esta sarta de recuerdos con la exclamación:

Ah, carajo, se murió Héctor, bello viejo ese man, carajo.



Carlos Alberto Villegas Uribe
Madrid, 12–08–2010

lunes, 2 de agosto de 2010

2 de agosto

Superado julio, queda agosto, más calor, sin lluvias y con pocas distracciones, ya veremos cómo se termina este octavo.

Al menos "El nacimiento del mundo moderno" de Paul Johnson, me sigue esperando en la estantería; esa es la virtud de los libros, que no tienen prisa, ven pasar el tiempo y esperan...

Leer. . .

Vendrán tiempos más fresos y hablaremos!