Hoy es viernes, y Valencia amanece con unos agradables 28 grados, después de los 42 que marcaron ayer los termómetros se siente hasta fresquito; lo que son las cosas. . .
Pero hoy, viernes, me he levantado con un tema atravesado en el pensamiento, mientras conducía con rumbo a la oficina, hacía remembranza de las casas de los compañeros que frecuentaba durante la época de estudiante, en el Colegio Robledo de Calarcá, de donde nos sacaron (literalmente hablando, o escribiendo) como bachilleres en 1978.
El inventario es pequeño, repasando la lista me encuentro con visitas a las casas de:
José Jesús Arbeláez M. No es que fueran muchas las veces, y creo recordar o imaginar que las visitas tenían carácter estríctamente estudioso (alguna tarea, una explicación pendiente -nos gustaba aprovechar las habilidades y capacidades de Jotica, pero sin abusar, valga la aclaración-). En más de una ocasión me vi camino del barrio el Cacique, donde también vivía un segundo personaje de esta corta lista:
Wilson Jairo Escobar F. No sé decir cuántas veces la visité, pero si puedo recordar que en una de esas pocas veces fuí testigo presencial de una de las disparatadas actuaciones de nuestro compañero Gustavo Buriticá, quien, como recordarán estuvo desconectado de la realidad las semanas finales de nuestra aventura conjunta en el Colegio -es posible que los desconectados fuesemos otros-. Lo cierto es que estando en la casa de "Facio" entró Gustavo "como Wilson por su casa" diciendo que iba a echar unos pescados en el tanque (del agua), pero lo que yo alcancé a ver entre sus manos fue una bolsa plástica con agua bastante oscura, de dudosa reputación y origen, por lo que advertí a Wilson para que actuara en defensa del depósito de agua, el cual creo que alcanzó a salvar de la gustavesca contaminación.
Lunes 27
La Casa de Gustavo Buriticá la frecuenté, los vínculos tenían tintes cuasi-familiares, pues tanto mi madre, como doña Florisa, compartían actividades artesanales, así que por una u otra razón terminaba llendo al barrio las Ferias, frente a la escuela Román María Valencia.
También iba a parar a la casa de Edison Puentes, en la calle 35 entre carreras 25 y 26, pero no por razones académicas propiamente dichas, mas bien creo que los motivos eran algo mundanos, propios de los estudiantes que a más de asistir al Colegio, hacen de todo, menos estudiar.
Donde Jorge Fernando Laverde Q., en la calle 46, también me soportaban, allí fuí un poco más asiduo, compartía con Jorge la afición por el balón de baloncesto (porque para este deporte, ni estatura ni habilidades), y dedicabamos buena parte de nuestro tiempo a jugar en la cancha del colegio, muchas teintayunas, algunas bajo el agua, quién ganaba más?, no lo recuerdo -a lo mejor porque yo era el perdedor.
Una casa que también frecuentaba, por razones académinas y familiares, era la de Fernando Ramínez Salcedo, su padre Gérmán primo de mi madre. Así que a la carrera 25 con calle 43, llegaba con mayor descaro y con más recuencia, a pesar de no compartir aficiones deportivas; Fernando le daba al balonpié y la fisiocultura -recuerdo que seguía los ejercicios de Charles Atlas- en cambio yo en eso de la fisio, pura incultura, escasamente mantenía el esqueleto erguido, y eso no ha cambiado mucho en la treitena transcurrida.
Otra de las casas donde fui asiduo por algún tiempo, en la carrera 24 con calle 38, fue la de John Jairo Peláez F. fueron muchas las veces que me dejé caer por allí, hasta que por alguna de las tantas tonterías que cometemos en nuestro años mozos, nos distanciamos, y hasta el sol de hoy. Porqué terminamos peleados? Otras respuesta que la memoría se niega a recobrar, no puedo ser por algo transcendental, pero los años han pasado. . . y siguen pasando, y pesando.
Finalmente y para no alargar más el tema, las casas de Camilo Augusto Sánchez H., Carlos Alberto Villegas U. y Carlos Mario Vargas A. más que frecuentadas fueron invadidas. Y la invasión duró mucho más allá del final del 78, Doña Belisa, Doña Graciela y doña Pastora, más que paciencia, creo que resignación tuvieron para conmigo, casi a diario invadiendo los ambientes familiares. ¡Pesadito el muchachito!. Si hasta la última motilada del bachillerato me la hicieron en casa de Carlos Mario, por cuenta de su hermana Cecilia.
Sé que en alguna otra casa pude dejar mis huellas, pero no tanto como en las referidas, ojalá el paso de los años hallan contribuido para que en el recuerdo no pese tanta mi presencia pasada.
1 comentario:
Estimado Fernando, gracias por estos recuerdos caseros. Y es que éramos unos hijos más en casa de nuestros compañeros de colegio, como hermanos. Cómo olvidar la casa de Wilson y de Jota, creo que me la pasaba más allí que en la propia mía! Ah! mi casa! Lugar de tertulias con cierto saborcillo a ingenua bohemia mamerta, sólo ensoñaciones! Y ahora que vuelvo a Colombia, y que iré con más frecuencia a mi casa, como siempre las puertas abiertas para seguir narrando la asombrosa sencillez de la vida.
Un abrazo
Camilo A. Sánchez H.
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