Cuando en diciembre de 1978 nos graduamos de bachilleres en el Colegio Robledo de Calarcá, Jairo Varela aún no había creado el Grupo Niche, lo que implica que no hizo parte de nuestra celebración, no nos amenizó la noche, aún no era su tiempo, se demoraría aún para hacer parte de nuestra aventura de juventud. ¿Qué bailabamos entonces?. Eso se lo dejo a los melómanos.
Pero la espera no fue muy prolongada, iniciados los ochenta, hicieron su aparición y fue para quedarse, formando parte de nuestras vidas, sonando en todos los sitios y, claro, permitiendonos bailar así no supieramos hacerlo. Fueron y siguen siendo parte de la rumba, de la celebración, de la fiesta, la guachafita y lo seguirán siendo, de eso no me queda la menor duda.
Cuanta veces nos hemos dejado arrastrar a una pista de baile, al centro del salón, o al pavimento puro y dura, para hacer como que bailamos, dejándonos transportar por sus melodías a ese sitio donde nos olvidamos de nostros mismos para vivir ese otro mundo donde el cuerpo se gobierna a sí mismo, abandonandos y embriagandonos a la vez de eso que tantos nombres puede tener, rumba, fiesta, carnaval, celebración, alegria, baile, ritmo cadencia, gracia, regocijo... sensaciones que sólo se viven allí, hasta terminar exhaustos, embriagados de no se qué, plenos, satisfechos.
La magia de la música, de la que hizo Jairo Valerla, no se puede describir ni contar, menos narrar, se vive, corre por las venas, invade todo el cuerpo, nubla la conciencia, se apodera de uno, lo tranforma, lo hace otro, y cuando termina quada ese otro, renovado, viviente, ingrávido, feliz.
Sobra hacer inventario de los títulos y letras que con tanto ritmo nos han acompañado durante estas tres décadas de creación e ingenio, son muchas, tantos que cualquier intento se quedaría corto, así que ahorremos energías y espacio, que cada uno evoque sus favoritas y guarde en la memoría al creador, al genio, al niche, que desde Quibdó inició el camino hacia la cumbre, sin sejar en el empeño, superando obstáculos y demostrando que querer es poder.
Ese dejo de melancolía, que refleja su mirada, es, tal vez, una forme de decirnos, de gritarnos, que detrás de la función la vida sigue siendo eso, vida, con todo lo que implica...
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