sábado, 26 de enero de 2013

35 años hace y es poco

 
Han pasado treinta y cinco años desde que nos aprestabamos a vivir el último año de Colegio, nos preparábamos para vivir el sexto de bachillerato de aquel entonces, que ahora llaman once, y así como ha cambido hasta el nombre con el se designan los grados escolares, ha cambiado el Colegio y tambian el pueblo, Calarcá, que conserva su nombre, poco más...
 
Y es que en estas tres décadas y media hemos vivido media vida; entonces no teníamos ni asomo de los que se nos venía encima, algunos tendrían por aquel entonces un esboso de los que pretendían ser, y al final lo fueron, mientras otros, quizá la mayoría, escazamente barruntábamos lo que en los próximos diez meses nos esperaba y tal vez ni eso; los últimos días de aquel enero seguro que nos la pasabamos con la despreocupación propia de edad y de la época, dábamos por sentado que nos esperaba un largo año de trámite y poco más, dar vueltas por la veinticinco, tomar un tinto en Donald, una cerveza de fin de semana, una o varias que nos es mucho; esperar las salidas de misa de siete los domingos, cosas sin trascendencia ni importancia con las que dejabamos pasar las horas, los dias, las semanas y nos acolitaban en la espera.
 
Eso sí, charlar, echar pico, garlar, darle a la lengua, que para eso nos la dieron, y tambien echar pata, de punta a punta del pueblo, cuando no nos dejabamos caer hasta Matusalen o a los Chorros, pegar una subida al morro o dejarnos llevar hasta el cerro del Castillo, cuando más; también llegar hasta las inmediaciones del cementerio, o darnos un baño de naturaleza por Peñas Blancas y dándole a la lengua, siempre, incansables, que dón, que capacidad, que bestias del parloteo, hablar, hablar y llegada la noche, una banca del parque servía para continuar con el parlamento.  Siempre había tema, nunca se agotaba, cuando no una cosa, era otra, pero no es de extrañar, es propio y natural.
 
Ayer, sí, treinta y cinco años hace, entonces no había ni rastro de la telefonía de bolsillo, las calculadoras nos eran tadavía extrañas y qué decir de los ordenadores o computadores que no se habían personalizado aún; nada de correos electrónicos ni que pensar en videomúsica, la vida era silvestre, la música se escuchaba en la radio, la tv seguía en blanco y negro y las noticias del mundo eran ecos lejanos.  Claro que los humanos ya habían llegado a la luna, pero también habían dejado de ir, la guerra fría seguía su apogeo y el mundo era de dos, pero no como en la balada, sino algo más complejo y siniestro la hoz y el martillo al este y el Tío Sam en el oeste. 
 
Ahora, que el ajedrez de la geopolítica se ha convertido una partida de poker, abierta y sin reglas aparentes, ahora que el mundo cabe en la palma de la mano, que cualquiera puede hacerse famoso ya no de la noche a la mañana, con 10 minútos basta, sino menos; ahora que los imberbes aspirantes a bachilleres se han hecho abuelos, muchos, tal vez la mayoría, y puedo escribirles desde este blogg, en un ordenador portátil, con conección inalámbrica e informarlos del echo mediante el correo electónico, entonces comprendo lo que bien dijo el poeta, "nosotros los de entonces ya no somos los mismos" y eso que lo éscribió mucho antes de que nosotros aspiráramos a graduarnos en el Colegio Robledo de Calarcá.
 
Entoces, por qué extrañarnos de los cambios.
 
Fotografía de Ricardo Noreña
 

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