Muchas veces lo hemos escuchado y en no pocas oportunidades nos hemos visto diciéndolo: En abril, lluvias mil... y el cumplimiento de tan húmedo vaticinio lo hemos vivido en piel propia en más de una oportunidad; pero las lluvias mil no has sido patrimonio exclusivo del cuarto mes del gregoriano que nos rige, también noviembre se las ha sabido traer, y no el único.
La lluvia, ese regalo de la naturaleza, que tantas veces ha sido compañera de camino, ha amenizado tardes de descanso a buen refugio y ha hecho de canción de cuna en no pocas noches; la lluvia, siempre la lluvia...
Guardo en la memoria, aunque con cierto desorden y no siempre al alcance de la mano, atardeceres grises, tan lluviosos, que nos obligaba a permanecer en los corredores del colegio a espera, bien de una improbable y repentina escampada, que rara vez se daba, o, al menos, de que amainase el aguacero para escapar en veloz carrera falda abajo en busca de la protección de los aleros de las casas de la veinticinco; pero para llegar hasta allí el precio era, las más de la veces, un baño no programado de cuerpo entero, ropa incluida. Y es que por aquellas calendas no acostumbrábamos el paraguas, de pronto alguna chaqueta, nunca impermeable, afrontando la lluviosa tarde sin mas protección que la camisa o camiseta de turno, así que terminábamos empapados... cómo no recordar el correr del agua por la cara!
Y llegados a casa, a cambiarnos de ropa, secarnos y recibir una buena taza de aguapanela caliente, para recobrar las energías, entrando en calor; con el consabido regaño, claro está, ese nunca faltaba.
Imagino que ninguno de los bachilleres del Colegio Robledo de Calarcá, que en mil novecientos setenta y ocho cumplimos con la faena de graduarnos, escapó a estas emparamadas, bien camino del colegio o de regreso a casa, y esa vivencia es compartida con todos lo que desarrollaron actividades académicas en tan entrañable colina, a decir verdad, varias generaciones de parroquianos.
Con el pasar del tiempo, el régimen de lluvias ha cambiado y mucho, ahora acumulo muchos abriles viviendo lejos del pueblo de mi juventud y difícilmente podría recordar ahora la última vez que me vi sorprendido por un aguacero con baño incluida; tal parece que el dicho aquel del refranero popular ha perdido su vigencia, las lluvias mil ya no se precipitan en abril y en noviembre no son escasos los días solados, pero la lluvia siempre estará ahí, y que nunca nos falte, así nos mojemos...
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