El rostro, esa característica tan particular de cada quien, igual que las huellas dactilares, claro que de estas últimas contamos una por cada dedo, mientras el rostro es único e irrepetible. Con él nos reconocemos y nos identifican, nos individualizan, nos hacen individuos, indivisibles, únicos. Nos acompaña desde la cuna hasta la sepultura y, a pesar de su cambio permanente, nos es inconfundible; cómo no reconocernos en cualquiera imagen donde halla quedado nuestra imagen retenida en el tiempo, imposible, a menos que la deficiencia neuronal nos afecte demasiado o que pretendamos no haber sido aquel que fuimos ni haber estado donde estuvimos.
Cada aparición ante el espejo y estamos ahí, como siempre... porque, así como la idea está atravesada por la palabra, como bien dijo alguien, que ahora no va al caso recordar, y que no sé ahora quién fue, el ser está travesado por su rostro; para identificarlo recurrimos a él y, la más de la veces, el recuerdo de alguien es la recuperación por la memoria de su rostro, o cara que llaman.
Pero una cosa el es rostro propio, que cargamos sin remedio, a menos que la vanidad cunda y la plasticidad se imponga, o bien por una mala jugada del destino -desfiguración- y otra el rostro de los otros; nos quedamos con ellos, cuando es que lo hacemos, y los conservamos inmutables, detenidos en el espacio-tiempo, hasta que un reencuentro nos devuelve la realidad y actualizamos el archivo entonces nos descubrimos diciendo, pero sin manifestarlo, Joder!!! cómo está de viejo...le han dado duro los años, eh!
Así que los rostros que conservo en la memoria de mis compañeros colegiantes robledistas son los de los años setenta, los de unos cuasi-párvulos, imberbes, plenos de lozanía y sonrientes, sí, sonrientes, la alegría se dibuja en todos los rostros, seguramente porque son recuerdos felices. Rostros congelados, pero no fríos, por el tiempo y la distancia, y he de añadirlo para la gran mayoría de todos ellos, porque, haciendo mal las cuentas, son muy pocos los reencuentros vividos es estas más de tres décadas, y conforme avanza el tiempo cada vez son más escasos y esporádicos. Espero que el tiempo me permita las debidas actualizaciones, y volver a desfrutar de sus compañías, nunca es tarde y mientras el cuerpo aguante perdurará la esperanza.
Un abrazo a todos.
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