domingo, 27 de julio de 2008

DóNDE ESTABAMOS EN LAS VACACIONES DEL 78?



Y TÚ, ¿DÓNDE ESTABAS
EN LAS VACACIONES DEL 78?


Buena pregunta, sobre todo para los parientes del tío Alemán. Y en verdad es dificil precisarlo.


¿Un recuerdo preciso o preciso un recuerdo?

Algo tengo seguro: en las navidades de ese año, en los primeros días de diciembre, cuatro días antes de que recibiera el cartón de Bachiller, falleció Pedro Nel Uribe. El abuelo. Un viejo orgulloso de su nieto que pronto sería bachiller. Un orgullo para una familia y para un pueblo de campesinos cuyos mayores, en números significativos, escasamente tuvieron la oportunidad de concluir la primaria.

Había ahorrado, en su último año, domingo a domingo, de los buenos pesos que sus hijos le dejaban en la visita semanal y me había acompañado a comprar el vestido de grado para enseñárme de paso su saber en el arte de vestir bien, con gusto y calidad. Un saber que me he empeñado en desconcer a lo largo de mi existencia.

Pedro Nel me ayudó a escoger el vestido, completo, con chaleco, pero no pudo ver que lo llevaba con elegancia el día del grado, al lado de mis amigos más cercanos: Fernando Londoño, Fernando Noreña, Camilo Augusto Sánchez, José Jota Arbelaez, Carlos Mario Vargas, Luis Fernando "el Mono" Marín, Fernando Rincón, Carlos Fernando Cruz y otra veintena de sardinos que soñaban cielos promisorios.

Ese recuerdo preciso, me permite ahora afirmar que las vacaciones del 78 las viví en Calarcá, y muy seguramente pasé parte del verano tropical deambulando la carrera 25 con Noreña, con Camilo Agusto Torres o con Carlos Mario Vargas o pensando y repensando el mundo desde preocupaciones sociales, en las mesas de la cafetería Donald, al final del tontódromo que empezaba en la calle 41 y moría, sin pena ni Gloria, en la calle 36. Ah, los bellos ojos de Gloria, tan hermosos como los de Dora Beatriz.

El mundo es redondo.

Muy seguramente una de esas noches de verano, la pasamos en compañía del fallecido entrenador quindiano Alfonso Hernando Sossa, pintando las canchas de minibasquet para un festival que quería enamorar a niños y niñas que no superarían los 1,65 de estatura, de un deporte reservado exclusivamente para gigantes. Apoyaban esa iniciativa la totalidad de integrantes del Club Deportivo Asterix. Y muy probablemente hubiera celebrado ese mismo año, tirando paso en la discoteca Tropicana, un campeonato que conquistamos con la verde camiseta de Colseguros. Que conquistamos, eso se llama pensar con el deseo; Que conquistamos, vaya un eufemismo. Siempre fui un apasionado del basquetball, pero un pésimo jugador. Sin embargo, mis amigos ampliaban, por simple camaradería, si era necesario, de 10 a 12 el número de integrantes para verme calentar antes de los partidos. Tal vez temían que "el gordo" muriera de infarto y preferían tenerme haciendo ejercicio en los entrenamientos y en la banca, que ayudándoles a perder partidos. Y debo agradecerlo porque si bien nunca conquisté la copa al mejor encestador, si sobreviví para seguirles jorobando la vida a los amigos.

Por esa época participaba también de un proyecto de formación de entrenadores de Basquetboll y dirigía un equipo del femenino Instituto Calarcá. Perdía -ya con propiedad-, Física por inasistencia, Química por desinterés y Comportamiento y salud, porque pasaba más tiempo mirando las chicas del instituto y departiendo con las integrantes de la Docena Juvenil en los legendarios campeonatos que se disputaban en la escuela Girardot, que aprendiendo las teorías sobre educación sexual, recitadas por Eidelman Martínez, quien se autonombraba en clase: El Varón superarepa. Y eso sin contar que ya todo sexto a y sexto b habían perdido Cálculo, en el primer trimestre del año, por la gracia de un matemático que se creía más inteligente que Einstein; un mal pedagogo que tenía por apellido Cardona y cuyo nombre mal recuerdo.

Sin duda, Carlos Arturo Patiño, que ese año debió haber terminado en el Colegio Modelo, donde se buscaba al Varón Perfecto, tiene mejores y más humorísticos recuerdos. Pero no le pido ayuda en la precisión de los hechos, porque puedo salir muy mal librado con su admirable, exquisita y sibilina forma de contar. Una virtud que comparte con toda la familia, y que sin duda heredó de la particular mirada del boticario Otoniel. Le he sugerido en muchas oportunidades que escriba el segundo volumen de Calarcá en anecdotas, libro testimonial de Rodolfo Jarmillo Angel, pero Patiño todavía reserva sus memorias para un círculo pequeño de amigos que nos desternillamos de la risa con sus personales versiones de los sucesos cotidianos.

Siglo XX cambalache

De otra dato tengo absoluta certeza. Ese año llegó Edison Puente al Colegió Jorge Robledo Órtiz, proveniente de un colegio oficial de Armenia, en donde se había cansado de tirar piedra, o quizás, en donde sólo se habían cansado de él. Un muchacho larguirucho con voz de flautín y una pasión desbordada por la política, por los tangos y por las buenas cervezas en los cafetines de Calarcá.

Con él aprendí a amar lo tangos y a consumir Bavarias bajo la etílica voz de Goyeneche



y a entender la canción ciudadana en las quejas de los bandoneones de La Orqesta Típica de Francisco Canaro, y en la voz de Nelly Omar. Canciones que tarareabamos sin vergüenza, bajo las luces multicolores de las victrolas de discos automáticos, que sonaban inmarcesibles en los cantinas del pueblo. Bares de nombres novelescos que habrán perdido para las nuevas generaciones la contundencia de su poetica topología o que desaparecieron físicamente en los estragos del pasado terremoto.




Con esa música constituí una colección de nostalgias prestadas y una educación emocional que no pertenecían a mi futuro, cuyas saudades regresan, inevitables, en la voz de Rolando La Serie, acompañadas del irrefrenable deseo de tomarme unas buenas botellas de aguardiente Cristal.


Con Puentes nos embarcamos en la aventura de editar un periódico escolar que integrara a los jóvenes bachilleres calarqueños. Juventud, se llamó la publicación y allí tuvimos asientocomo jefe de redacción al lado de Camilo Augusto Sánchez, un saceerdote que ahora se pasea por europa con una ya confesada y defendida voluntad de escritor. Llegamos a editar 5 o 6 ejemplares en tamaño tabloide, que vi salir a muy altas horas de la noche de la prensa plana de los talleres de El Diario del Quindío, en Armenia. Allí conocí el linotipo, un antidiluviano equipo que fundía lingotes de plomo con las palabras del revés, y me apasioné por las galeradas que constituían mis primeros contactos con la comunicación social. Una pasión que aún hoy me acompaña y me llevó, en su momento, a estudiar Tecnología Educativa en la Universidad del Quindío.

En las vacaciones de ese 78, en las casetas de las Fiestas Aniversarias de Calarcá, que ya Fernando Noreña describió con lujo de detalles en un post anterior, nos enteramos de que Edisón Puentes el Director de "Juventud" y su Gerente Comercial, un muchacho de apellido Ríos, si la memoria no me falla -seguro que sí-, habían invertido los pocos pesos de la publicación en celebar la llegada de las vaciones.

Bebamos y comamos que mañana moriremos.

No estoy muy seguro, pero en las mismas fiestas del 78 nos salvamos, con Fernando Noreña, de morir atropellados. Fue una noche de finales de junio, llegamos a muy altas horas de la noche a El Vecino, un barcito penumbroso ubicado en la carrera 26, entre las calles 39 y 40, a donde acudíamos la muchachada de los colegios de calarcá, en especial los basquetbolistas y los bachilleres del 78. Alli escuchábamos con ansias de cielo a Serrat y su pueblo blanco y el lacrimoso tema Amiga de Miguel Bosé, otras nostalgias prestadas para los palpitares adolescentes. Llegamos, lo repito entre la multitud de hombres y mujeres venidos de muchas partes de la geografía del Gran Caldas, cuando de repente el creciente rugido de un motor acelarado al máximo y los ojos luminosos de un coche fantasma se levantaron sobre los gritos de horror de la gente que festejaba en la calle. Fernando me empujo al bar y vimos pasar el automovil barriendo multitud de celebrantes. Una mujer de la que no tengo noticias -en un pueblo donde regularmente todos nos conocíamos-, ebria hasta los aretes, había perdido el control de su coche y había convertido en tragedia colectiva una fiesta popular. Tragedia que los carnavales se encargaron de sepultar en una nueva jornada etílica saturada de olor a cerdo frito en las casetas de comidas.

A salto de garrocha

De modo que cuando regresamos al Colegio Robledo en el verano del 78, ya habíamos sobrevivido varias veces a los golpes del infortunio, pero sólo puedo precisar, de ese año, como recuerdo indiscutible, la muerte del hombre que me había enseñado a amar la mitología griega y la había sembrado en mi espíritu como un pathos que aún pervive en mis poemas. Como tampoco olvido la solidaridad de José Jota Arbeláez, el más destacado de esa promoción -viceministro de Salud y actual profesor en una universidad estadounidense-. Jotica, como le decimos cariñosamente a este médico de reconocida vocación pedagógica, dedicó un día entero a enseñarme la Química que no había estudiado en todo el año, para que pudiera superar los obstáculos académicos. La garrocha funcionó y pude sobrevivir académicamente y ser, sin que él pudiera disfrutarlo, el orgullo de mi abuelo.

Gracias Fernando por las preguntas que afinan la memoria y promueven el ejercicio de la narrativa vital.

Se escuchan apuestas y precisiones.

1 comentario:

Luis F. Noreña G. dijo...

Vaya, vaya, conque en el 78 hasta le salvé la vida, y aún sin la retribución correspondiente? Gordito, esas deudas no se saldan tan fácilmente, así que ya hablaremos. . .

Sólo faltó l´amarga p´acompañar los tanganazos que acompañan la nota, porque en esa época fuimos más fieles a Bavaria que a la Licorera de Caldas, los aguardientazos vinieron después, cuando en bolsillo estaba mejor surtido y en la sangre ya cumulábamos más oholes por cm2.

Ahora bien, que eso de vaciar botellas de Cristal, eran lujos que no todos se daban, a menos que la cirrosis ya estuviera próxima.