miércoles, 6 de enero de 2010

2010 Y CONTANDO

Ya es seís de enero y "sus majestades" -es como suelen referirlos en estas Españas de la era post-post- Los Reyes Magos, han hecho las delicias de los peques, la noche pasada (peques: enenos a los que los autodenominados humanos dedican todo su energía para . . . Serrat habla de esos locos bajitos). Sí, por estas tierras el culto al trio de orientales está bien arraigado y la tarde noche del cinco se organizan desfiles o caravanas para que los de a pié, puedan darse un roce con tan celebres personajes, y disfrutar de las fantansias que para la ocasión se organizan, con el reparto de regalos y dulces a través de todo el recorrido; con transmisión en directo por las TV estatales -lo que puede dar una idea de la importancia que comercialmente se les da.

Eso me recuerda, de alguna manera, los desfiles que se realizan en Calarcá la tarde de los sábados, a finales de junio de cada año, durante las Fiestas del Café; Con algunas diferencias, que no pueden faltar: No hay reyes, sino edecanes, que sirven de poste para que las reinas tengan de dónde agarrase durante el desfile; el caracter festivo de la música, compañera permanente de nuestras rumbas, marca otra diferencia, lo mismo que los ríos de licor que corren por las calles calarqueñas en esa anualizada orgía. Pero las similitudes puede ser más: Carrozas con personajes de ficción -por más "reales" que puedan parecer- decoradas para cada ocisión; comparsas, y saltimbanquis, repartición de dulces y perendengues, y el genterío de gentes que las acompaña a los largo y ancho de las calles, durante todo recorrido y el acto final en la plaza principal del pueblo, allí la de Bolivar, aquí la del ayuntamiento.

Personajes de allá y de acá, reinas, reyes; carrozas y comparsas, repartición de golosinas y el pueblo, siempre el pueblo. Definitivamente, a pesar del océano que nos separa, seguimos viviendo de lo mismo y con lo mismo: Pan y circo.

Un abrazo grande y los mejores deseos para todos los compañeros de este viaje planetario, del que apenas somos conscientes, en especial para los que en 1978 terminaron el bachillerato en el Colegio Robledo de Calarcá Quindío, ese rincón de Colombia donde duermen nuestros mejores recuerdos.

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