En estos días nos dejamos arrastrar por los hechos sin oponer mayor resistencia; el poder de los medios de comunicación se hace patente cuando nos permite participar en vivo y en directo de la vida diaria en cualquier lugar mundo; desde lo más trivial o superfluo hasta los acontecimientos más trascendentales, como los que se viven en el mundo árabe en estas primeras semanas del año, donde dos dictaduras de viejo calado se han derrumbado ante el empuje sus pueblos.
Difícil permanecer indiferente ante acontecimientos como los protagonizados por tunecinos y egipcios. Y no es que estos levantamientos sean nuevos, de ello da cuenta la historia, recordemos la caída de los regímenes de los países de la Europa del este, con la caída del Muro de Berlín como hito insospechado. Qué lejos vemos ahora lo que en su momento fuera la Cortina de Hierro, y no ha pasado tanto tiempo, escasas dos décadas. Esto nos da una idea de cómo el mundo se ha ido transformado desde que nos hicimos bachilleres en el Colegio Robledo de Calarcá en 1978.
Mucha agua ha pasado bajo el puente, el mundo de entonces apenas se reconoce hoy, lo mismo que los rostros impresos en aquel mosaico del "saco a cuadros" que dejamos colgado en las paredes del colegio, para eterna memoria; eternidad efímera, como lo demuestra el hecho de que el Colegio ya no está donde lo dejamos, de nuestros profesores es difícil que alguno siga dictando clases y del mosaico ya ni el recuerdo.
Pero esa es la vida, una cadena de acontecimientos ininterrumpido, cada vida, cada familia, cada pueblo se van haciendo otros de forma paulatina. Que distinto es el mundo y cuan distintos cada uno de nosotros, al punto que algunos, después de tantos años de no vernos, ni siquiera podamos reconocernos en un improbable reencuentro.
Entre tanto, y mientras los pueblos árabes labran sus inciertos destinos, yo seguiré anclado en esta esquina, como en estos tres últimos años, viendo pasar la historia por delante de las narices.
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