Por ahí pasamos todos en repetidas ocasiones, inevitablemente, el inicio de cada año implicaba estrenar cuadernos, se marcaban con el nombre y la materia y algunos, los más juiciosos, hasta con el nombre del profesor. Creo que también se usaba identificar el grupo, 6º-A y el año, 1978; pero no era regla, los habría que simplemente los iniciaban desde la primera hoja.
Pero el paso anterior era la compra de los mismos, con cargo al bolsillo de los padres, obvio; claro que también los había procedentes de los directorios políticos o de otras instituciones de distintos pelambres, así que mejor no hablar sólo de la campra. Lo cierto es que, de cualquier manera, se terminaba cargando cinco o más cuadernos bajo el brazo o dentro de alguna imitación de mochila o maletín, que nos acmpañaban buena parte de nuestras jornadas estudiantiles y se arrinconaban en algún lugar de la casa una vez terminada la misma. Por aquel entonces era común que en casa se tuvieran pupitres, en mi casa hubo uno, amarillo, que sobrevivió como herencia sempiterna hasta el último de los noreña-gamboa, incluso creo que aún sobrevive en alguna parte de la estancia materna.
De cincuenta o cien hojas, he ahí el dilema. . . de acuerdo con nuestras capacidades cabalísticas, experiencias y espectativas decidíamos de cuántas hojas, buscando que durara para toda la legislatura; también los había de 20 hojas, pero eran una minoría. Y nos quedaba la opción de repartir uno grande en varias materias, vaya sapiencia!. Por esa época surgieron los cuadernos anillados o argollados, que rompieron con la dictadura de las cien hojas como límite, llegaron los "cinco-materias", pero es posible que para disfrutar de tan maravillo invento tuviéramos que esperar algunos años.
Lápiz o lapicero? porque la época del estilógrafo había sido superada, eso de cargar la tinta y llenar el aparatejo de marras, con las consabidas manchas que ocasionaban los inevitables accidentes (manchas azules o negras en los cuadernos y la ropa, en el bolsillo de la camisa o dentro del maletín, desastre total), no iba muy bien con nuestros desordenados espíritus. En un momento dado quise especular que a lo mejor Jotica* podría haberlos llevado, los estilógrafos, pero un vago recuerdo me persuadió de lo contrario: La ocasión en que por poco se ahoga con el obturador del lapicero, ese adminículo que algunos modelos de plástico tenían para empujar o guardar la mina y que , por lo visto y vivido, servian de entretenimiento a nuestra brillante compañero de clases, hasta que la mala jugada le persuadió de no volverlo a hacer con el lapicero tan cerca de la boca. Si la memoria no me traiciona del todo, fue en clase de química, con don Urbano Zapata, es decir en quinto o sexto. Jota lo recordará mejor que yo, por una vez fue el protagonista de la clase por algo diferente a su excelente rendimiento!
Lápiz o lapicero? lapicero por mayoría. Porque los portaminas tampoco habían hecho su aparición por aquel entonces, estaban cerca, pero no tanto; o si lo estaban, no se habían popularizado aún.
Aún no disponíamos de calculadoras manuales, todo a lapiz, sumando, restando, multiplicando y dividiendo; raiz cuadrada también y no olvidar la tabla de logarítmos ¿para que servía a más de rajarnos en trigo?.
Tal parece que nos tocó la epoca intermedia entre la pizara y el ordenador, entre el ábaco y la calculadora, la del lápiz y el papel...
Pasan por mi memoria momentos en los que con esmero escribíamos las primeras páginas de nuestros cuadernos, con las primeras lecciones de cada año, y cómo, con el pasar de los días y el avance del año, la prisa y otros intereses terminaban reflejándose en los mismos con hojas en blanco, testigos mudos de alguna fuga; tachones, enmendadubas y borrones, que hicieron parte inherente de nuestro proceso de aprendizaje.
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