Claro como el agua, 6-A, la pancarta la portan Gustavo Orozco y Julio Cesar Mesa, era el año 1978, la ciudad, Calarcá y Olga Beatriz Beltrán camina junto a la sombra de quién sabe quién, que porta la pancarta, se adivina en la sombra... ¿Reina?, ¿Madrina?, ¿Acompañante?... mmmhhh, no lo puedo asegurar, lo cierto es que el desfile se desplaza por la carrera 25 con calle 44, rumbo al centro. J... robledistas (palabras que empiezan por J) Juegos? muy probablemente, de ahí la camiseta de educación física que llevan los pasacallistas (¿se podrá decir así?), mejor dicho y en lenguaje estudiantil, los lambones de turno!, incluido el portapancartista ¿?. Que levante la mano el aludido!. La camiseta de los susodichos es verde, verde clarito, entre verde manzana y verde limón, mejor dicho un verde que nos es tal, pero así llaman; sé que en una imagen en blanco y negro, o de tonos grises, no se aprecian los colores, solo con una pequeña ayuda de la desmemoria puede intentar adivinarse. Ahora me entra una duda, sería en ese tono, o en otro...
Esta foto la encontré en los archivos de insomnio que duermen en la casa de mi madre, en Calarcá, lo que quiere decir que estuve en la Villa del Cacique, y no hace mucho, entre el 17 de septiembre y el 7 de octubre, poco tiempo, después de ocho años de ausencia. Volví con muchas intenciones y varias tareas en la agenda, pero tal parece que se me quedó en el vuelo de ida, porque de lo proyectado, poco, por no decir que nada; más allá de un encuentro fortuito con Álvaro Ortíz, y otro con Fernando Laverde, tinto incluido, una visita relámpago a Francisco Duque en su sitio de trabajo, y dos llamadas telefónicas a Fernando Londoño y Carlos A. Villegas, poco más, porque justo el día de mi viaje de regreso, volvía a Calarcá el Pbro. Camilo A. Sánchez, así que el probable encuentro se quedó en veremos.
Poco material para el blog y la memoria, pero volver a Calarcá siempre es un sueño, y cuando te despiertas, te encuentras de nuevo con la ausencia entre las manos. Pero nos quedan los recuerdos, las viejas calles donde aún perviven tenues trazos de nuestros pasos, casas renovadas donde el patrimonio arquitectónico persiste, aunque cada vez menos, esquinas donde adivinamos lo que fue y ya no es y algunos rostros transformados por lo años, pero que nos afirman que aún estamos en la Calarcá de siempre.
La verdad es que la expectativa era mas desoladora; sin que pueda decirse que no ha cambiado nada, tampoco, que todo se ha perdido. Ocho años en la vida de un pueblo es poco, que no en la de los parroquianos, el ritmo es mas lento y todo avanza con ese ritmo parsimonioso propio de la provincia, que también hace parte de su encanto. El trafico motorizado ha aumentado, las calles son las mismas y los transeúntes mas, se hace algo caótico el movimiento, pero fluye, como el rio de Heráclito, nunca pasamos dos veces por la misma calle!
Sí, he vuelto a Calarcá, por unos pocos días que suman semanas pero no alcanzan para el mes, estuve en Calarcá, fui, vi y volví, y me traje conmigo otros recuerdos, otras imágenes y muchos olvidos, los que nos hacen lo que somos, porque haciendo balance es mas lo que olvidamos que lo que conservamos en nuestra memoria, y así a de ser, para evitar morir de nostalgia, que ya no está de moda. En Calarcá encontré otro pedacito de la vida del Colegio, sobre la carrera 25, rumbo al Centro, y bien acompañados, con una reina, una madrina o como la llamáramos, poco importa, ahí está, inmortalizada en la imagen, ha valido el regreso.
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