Eso de que la memoria es colectiva tiene mucho de cierto, a propósito de la primera entrada de este año en el blog, me recuerda Carlos Alberto Villegas, que el profesor de ciencias sociales en la escuela Girardot de Calarcá, en ese 1972, fue el Sr. Arturo López, nombre que ya he incluido en su respectivo espacio; lo recuerdo bien físicamente, pero en el momento de escribirlo no me llegó su nombre; y con este dato, pude recordar que el director de la escuela era Don Gonzaga, así no más, sin apellido, porque las sinapsis no estiran tanto como uno quisiera. También recordé a nuestro director de grupo, sí, el también profesor de matemáticas, Gustavo Ospina.
Así mismo, rememoraba PTT, que en quinto de primaria compartimos salón con otro de los bachilleres del Colegio Robledo en 1978, Luis Fernando Marín Garcés, el "mono marín", como siempre le dijimos, compañero de juergas basketbolísticas de PTT y demás aficionados a la cesta, pero esa es otra historia de la que no tengo arte ni parte.
Esto me hizo volver al patio de la escuela, con su edificio en ele, donde hacíamos formación antes de ingresar a los salones a las ocho de la mañana y a las dos de la tarde, porque el estudio era en jornada doble, -atención firrrrrrrrr, descansar!!!. Por aquel entonces, la carrera 29 entre calles 36 y 37 era todo menos una calle, para pasar al lado de la galería había que bajar unos cuantos metros por terreno irregular y con bastante pendiente, para luego subir hasta alcanzar la otra calle; esa era la ruta que utilizaban algunos estudiantes, para evitarse la vuelta por la carrera 27, porque la 28 era igual o peor que la citada 29 y, si mal no estoy, aún sigue inconclusa.
Recuerdo que en una ocasión, tal vez por haber salido temprano, tuve la osadía de desviarme de mi habitual ruta hacia la casa, por la calle 35, así que emprendí camino hacía los lados de la galería por el deshecho de la 29, con tan mala suerte, o mejor por la falta de pericia, que perdí el paso y terminé rodando cuesta abajo hasta donde me empujaba la fuerza de gravedad, esa que nos gobierna; perdí alguno de los adminículos de estudio, un compás, algún lápiz y claro, después del consabido susto, sacurme la ropa y subir hacia la 37 para continuar mi aventura, con dirección a la calle 41 hasta la casa de Fernando León Baena, si los recuerdo no me traicionan -y que conste que no es que me fíe mucho de ellos-. De esa escapada, tal vez la primera de mi colección, conservo en la espalda una pequeña cicatriz, como trofeo, comprenderán entonces por qué aún no la olvido.
Así es la vida, cuando de travesuras de trata, alguna marca nos quedará en la frente, en la mente o en la espalda. Gracias a PTT por ayudarme a refrescar la memoria.
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