Entrados en abril, y con la primavera a "flor de piel" -hay que ver lo arrozudos que se ponen los alergicos al polen por estos días entre estornudo y estornudo- nos preparamos para otra de las citas anuales de nuestra cultura: La semana santa.
Por estas fechas, en el año 1978, ya había pasado la vacacional semana, la disfrutamos en la tercera semana de marzo. Así que la espera para las vacaciones de junio, Fiestas de Calarcá incluidas, debió hacérsenos demasiado larga, abril, mayo y más de la mitad de junio; dos meses y medio de clases ininterrumpidas, eso era mucho para el cuerpo, y lo sigue siendo. Sería por estas fechas que en un arrebato de conciencia pedagógica iniciamos las campaña para pintar el tablero? no lo sé, la memoria no me da para tanto.
Lo cierto del caso es que la semana santa la vivíamos fuera del Colegio, sin actividades programadas, cada cual en lo suyo y que siga la vida.
Imagino que algunos de los futuros Bachilleres del Colegio Robledo de ese 1978, asistirían a los actos programados por las parroquias, misas, sermones, liturgias, pasada por el confesionario y hasta comunión; también verían la pasión de Cristo en el teatro Yarí o en el teatro Quindío y algúna pelicula romana, tan de la época. Y claro, vigilia de carnes rojas jueves y viernes, a punta de pescado y huevos. Pero me late que fueron los menos; y no se diga de ayunar, actividad en esos tiempos ya bastante olvidada. Quiénes eran los píos? Por los impios ni preguntar: Amplia mayoría.
Claro que al día de hoy . . . mejor me callo para no ir a pisar cayos y menos meter las de caminar, que el mundo da muchas vueltas . . .
No hay comentarios:
Publicar un comentario