Por estos lares y a estas alturas, o bajuras, dependiendo de quien lo mire; por esta latitudes, como podría decir otro, cualquiera, que poco importa; se nos ha venido encima el Otoño, una de las cuatro estaciones que bien musicalizó Vivaldi, atrás quedó el verano, uno más, que ya vendrán otros.
Así, trimestre a trimestre, las estaciones nos marcan la vida; ya ayer, en Valencia, amanecíamos con temperaturas que invitaban a desempacar la primera chaqueta y este es un buen indicio, al menos para la costa levantina, que otros años se ha torrado hasta bien entrada la estación.
He de aprovechar la ocasión para rescatarme, espero estar a tiempo; porque la competencia se pone dura, como decimos, y después de siete entradas concecutivas de PTT, es hora de volver a la friega, no puedo ni quiero abusar de la confienaza del amigo y dejarle toda la responsabilidad del Blog (esto último es para que PTT se los crea, a pie juntillas!).
Así que no encontré mejor disculpa que darle la bienvenida al otoño, nada de reconocimientos, ni cartas, ni cosas sesudas como las de mi contertulio, no, yo sólo puedo dejar caer los dedos sobre las teclas y tratar de ocupar el espacio, sin mucho remordimiento. Y es que el otoño, como todo en la vida, tiene su encanto; las temperaturas se hacen disfrutables, que ni frio ni calor, mas bien todo lo contracio; algo de lluvia, un poco de sol, días grises que invitan a un buen café o una taza de chocolate -con churros- y si tienes la oportunidad de salir de la ciudad, los bosque te regalan con una fiesta cromática que ni qué decir.
Además, las agradables temperaturas facilitan sentarte frente al ordenar y tratar de desordenar algunas ideas, cosa dificil para mí. Pero el otoño es bueno para reflexionar sobre el verano, ya que en esas nos la pasamos, rumiendo recuerdos; este verano fue otro más, muy similar al anterior, récord, se pasó la estación y no fuimos a la Malvarrosa a mojarnos ni siquiera los pies, otro año sin playa, ni que fueramos de sal. Es más, los últimos días de verano los pasamos en Cantabria, visitamos las playas de Suances y de Santander, la capital, y ni así, no nos dejamos mojar por las aguas de Canábrico, las miramos y de lejitos, curioso!
Y de lecturas, mientras el año pasado me despachaba con la biografía de Antonio Machado -Ligero de Equipaje- de Ian Gibson, este año no he podido darle mate a El Nacimiento del Mundo Moderno, de Paul Johnson, poco más de novecientas páginas donde el autor cuenta las peripecias que en la década de va de 1815 a 1825 constituyeron la base de lo que terminó siendo el mundo de hoy. De eso no nos contaron nada en las clases de historia en el Colegio Robledo de Calarcá, o al menos yo no lo recuerdo. Pero eso sí, nos mandaron al mundo como bachilleres en 1978, qué más daba que no tuvieramos ni la más remota idea de los tejemanejes que dieron origen al mundo moderno 150 años atrás. Lo importante era que nos fuéramos a joder a otra parte dejando el espacio libre para los que seguían; porque como las estaciones, las generaciones de estudiantes deben marcan también las vida de esas instituciones de mil nombres, donde pasamos buena parte de nuestra temprana juventud.
Que el otoño sea fructifero, y nos permita llegar en buena forma al invierno en ciernes.
Así, trimestre a trimestre, las estaciones nos marcan la vida; ya ayer, en Valencia, amanecíamos con temperaturas que invitaban a desempacar la primera chaqueta y este es un buen indicio, al menos para la costa levantina, que otros años se ha torrado hasta bien entrada la estación.
He de aprovechar la ocasión para rescatarme, espero estar a tiempo; porque la competencia se pone dura, como decimos, y después de siete entradas concecutivas de PTT, es hora de volver a la friega, no puedo ni quiero abusar de la confienaza del amigo y dejarle toda la responsabilidad del Blog (esto último es para que PTT se los crea, a pie juntillas!).
Así que no encontré mejor disculpa que darle la bienvenida al otoño, nada de reconocimientos, ni cartas, ni cosas sesudas como las de mi contertulio, no, yo sólo puedo dejar caer los dedos sobre las teclas y tratar de ocupar el espacio, sin mucho remordimiento. Y es que el otoño, como todo en la vida, tiene su encanto; las temperaturas se hacen disfrutables, que ni frio ni calor, mas bien todo lo contracio; algo de lluvia, un poco de sol, días grises que invitan a un buen café o una taza de chocolate -con churros- y si tienes la oportunidad de salir de la ciudad, los bosque te regalan con una fiesta cromática que ni qué decir.
Además, las agradables temperaturas facilitan sentarte frente al ordenar y tratar de desordenar algunas ideas, cosa dificil para mí. Pero el otoño es bueno para reflexionar sobre el verano, ya que en esas nos la pasamos, rumiendo recuerdos; este verano fue otro más, muy similar al anterior, récord, se pasó la estación y no fuimos a la Malvarrosa a mojarnos ni siquiera los pies, otro año sin playa, ni que fueramos de sal. Es más, los últimos días de verano los pasamos en Cantabria, visitamos las playas de Suances y de Santander, la capital, y ni así, no nos dejamos mojar por las aguas de Canábrico, las miramos y de lejitos, curioso!
Y de lecturas, mientras el año pasado me despachaba con la biografía de Antonio Machado -Ligero de Equipaje- de Ian Gibson, este año no he podido darle mate a El Nacimiento del Mundo Moderno, de Paul Johnson, poco más de novecientas páginas donde el autor cuenta las peripecias que en la década de va de 1815 a 1825 constituyeron la base de lo que terminó siendo el mundo de hoy. De eso no nos contaron nada en las clases de historia en el Colegio Robledo de Calarcá, o al menos yo no lo recuerdo. Pero eso sí, nos mandaron al mundo como bachilleres en 1978, qué más daba que no tuvieramos ni la más remota idea de los tejemanejes que dieron origen al mundo moderno 150 años atrás. Lo importante era que nos fuéramos a joder a otra parte dejando el espacio libre para los que seguían; porque como las estaciones, las generaciones de estudiantes deben marcan también las vida de esas instituciones de mil nombres, donde pasamos buena parte de nuestra temprana juventud.
Que el otoño sea fructifero, y nos permita llegar en buena forma al invierno en ciernes.
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