jueves, 10 de abril de 2008

GENERACIÓN DEL 78. CALLES RECREADAS

Las calles Recreadas. Calles sedimentadas en los tiempos y espacios de los hombres, que pasan por la voluntad creadora. Calles que fueron piel pero ahora regresan mitificadas por códigos y símbolos, calles que fueron anhelo pero que se materializan en medios y expresiones, en gestos mimetizados. En ellas el signo y la ficción se juntan para fundirlas en un nuevo objeto de nuestras andanzas: la estética del tiempo-espacio. La historia como arte.

Ellas son para nosotros, material de transmutación personal y estético, metamorfosis y reinvención del ser, camino de trascendencia.

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He aquí una calle recreada de la generación del 78, por la que nos ha invitado a pasearnos Luis Fernando Noreña-
CAPÍTULO IV


-Y ...¿cómo anda Pausanias? -Palomares le cambió el tema a propósito, no estaba dispuesto a dañarse la noche. Fíjate que ese pobre mono, si que está de malas. Lo tienen en vueltas con la procuraduría; a él, ¡ja!, a él, que ha sido el único tesorero honesto en este pueblo. Palomares conocía con propiedad la historia del poeta Farías Porras: era un apasionado lector de cuanto libro llegaba a San José de las Lomas, pero a pesar de haberse leído El Capital y las tesis filosóficas de MaoTse-Tung, su pensamiento cristiano y su amor por la no violencia, pregonados por Gandhi y Martin Luther King, le impedían asumir posiciones radicales. No desconocía que Farías, en los fervorosos análisis de la situación política, se manifestaba en contra del gobierno y a favor de los grupos insurrectos, pero sabía con certeza que no estaba involucrado en acciones sediciosas. ¡Pero nooo, no creás, si las cosas siguen así, le va a tocar pagar esa plata.! Sobre Farías circulaban versiones y perversiones comunes en cualquier pueblo y nada le extrañaría a José que algún día lo condenaran a beber la cicuta. El poeta trabajaba como catedrático mal pagado en un colegio de niños bien que había fundado la parroquia, complementaba los ingresos con el secreto oficio de remendón y ejercía, sin licencia ni remuneración alguna, una cátedra peripatética con los jóvenes inquietos de San José de las Lomas. El les abría los ojos al mundo, les sembraba sueños libertarios y los introducía al universo de los libros. ¡Eeeh! ¿Pero, qué culpa tiene el pobre si fue al mensajero al que le robaron la plata?. En sus charlas entretejía sin orden alguno los pensamientos de Marx; las verdades reveladoras de la última encíclica papal; fragmentos de "El Principito" aprendidos de memoria; las tesis revolucionarias de Theilard de Chardin que pregonaban la necesaria conciliación entre las asombrosas teorías darwinianas y la concepción judeo-cristiana de la creación del mundo; las frases "impactantes" de los discursos de Kennedy, un presidente "sui géneris" en la corte del imperialismo yanki; traducciones libres de las canciones pacificadoras de John Lennon y las arengas del Internacionalismo Proletario de su ídolo Ernesto "Che" Guevara; apartes de Juan Salvador Gaviota y una poderosa convicción en el Poder Juvenil en Jesucristo. ¡Nooo, mijo! Y aunque no es mucha la plata, a uno si le duele que se la descuenten de su sueldo, ¡bien poquito que es!! Era común ver a Farías, en las tardes, paseándose por la Calle Real o por la Calle de Las Palomas, en compañía de muchachos y muchachas menores que él, absortos en discusiones que nadie entendía en el pueblo u orquestando tertulias en el parque central, hasta altas horas de la noche, donde rasgueaban la guitarra, declamaban o contaban chistes. Detrás de la Iglesia, con la ayuda del padre López, adecuaron un saloncito con treinta sillas y no había noche de la semana que no tuviera una reunión con los jóvenes. Grupos de oración, clubes deportivos, escuelas de liderazgo, círculos bíblicos; estrategias de una misma causa: ampliarles el horizonte a los lomeños para que no se pudrieran en la abulia ni se perdieran en los meandros del alcohol y la marihuana. ¡Claaaro, porque es bueno, porque es honesto, se la montan al pobre monito! Yo de Pausanias, renunciaba a la tesorería.. Palomares recordó que a Farías lo citaron a una sesión del Concejo Municipal para hacerle un juicio público por supuestas contravenciones al estatuto de seguridad; le han visto, señores, continuamente deambulando con púberes, no se sabe con que insanos propósitos hasta altas horas de las noche y, muy honorables concejales, los padres ya no pueden dormir tranquilos porque nunca saben a ciencia cierta dónde se encuentran sus bien amados hijos; uno de los rapazuelos que conforman su corte, distinguidos ediles, tuvo la desfachatez de contestarle a su benemérito padre que estaba esperando la hora de cerrar el Parque de Bolívar, respuesta insolente que ha surgido sin duda del espíritu altanero - contrario a la moral y los buenos principios - que les ha inculcado este hombre ruin; actos de rebelión como esos no podemos permitirlos, damas y caballeros, porque se está socavando nuestro sacrosanto derecho a la patria potestad; cuando en realidad querían cortarle salidas a un posible movimiento político que le restara votos a la cauda electoral de los dos partidos tradicionales. En las barras, el pueblo seguía con atención el juicio: Padres de familia a favor y en contra y una muchachada enardecida que recibía con rechiflas las relamidas intervenciones de los integrantes del Concejo, quienes trataban de arrojar dudas sobre la conducta del poeta. Farías, con una oratoria limpia, cargada de conocimientos históricos y citas de los profetas bíblicos, les demostró que nunca el pueblo había sido tan dinámico: Campeonatos Regionales de Baloncesto, Congreso Nacional de Juventudes, Semanas de la Cultura Participativa, Periódico Juvenil, Marchas Intermunicipales Probuses Urbanos y Programas Cívico-Radiales, daban cuenta de sus buenos propósitos. Amplió la caja toráxica para potenciar la voz de trompeta apocalíptica y recitó en tono de Do, la sentencia de Gibran Jalil Gibran: "Vuestros hijos no son vuestros hijos, son los hijos y las hijas de la vida, por el ansia de sí misma, vienen a través vuestro, pero no son vuestros". Se escucharon entonces los suspiros profundos entre las quinceañeras que vivían enamoradas del porte de Farías, de sus ojos verdigrises, su barba bien puesta y su corte de pelo que imitaba a los Beatles y le daba aspecto de Cristo en ciernes; mezclados con los ayes de compasión de las madres que no soportaban la idea de que "Vosotros sois el arco y ellos son la flecha y el arco no va donde va la Flecha", y un silencio respetuoso y denso entre los varones. De tal forma que cuando concluyó el texto iluminador del libanés, la muchedumbre saltó la baranda que los separaba del salón de sesiones y se lo llevaron en hombros, por encima del lacerante sonido de la campanilla del presidente del concejo y la demanda impotente de orden en la sala, señores, orden en la sala. Pero el monito es juicioso, en parte porque su mujer lo cuida bastante, no lo deja ni respirar, y es que muchas deberían hacer lo mismo con sus maridos, pues aquí, cuando menos piensa, se lo quitan a una y no sólo las mujeres, porque ¡eeeavemaría si en este pueblo hay maricas! Alguna vez, José Palomares y Eumares Muriel tuvieron una seria discusión sobre Farías. El poeta les había descubierto el puerto de la inteligencia a varias generaciones de lomeños. Cuando estaban a punto de salir de la hora boba y caer en la edad de la caquegato, como decía la gente de San José de las Lomas, eran arrastrados por el torbellino de la curiosidad a las islas que había formado Farías con jóvenes de su edad. Allí aprendían las condiciones necesarias para navegar en el sueño de las utopías transformadoras y se lanzaban, con el tiempo, a la conquista de su propio mundo. Cuando regresaban, muchos años después, la gran mayoría con sus naves cargadas de gloria, y algunos pocos con los velámenes raídos o sus timones destrozados por la furia de los elementos, encontraban de nuevo a Farías Porras, ancorado en los islotes de su piélago vital. Entonces les desencantaba su torpeza, sus discursos repetidos y la forma de dilapidar una existencia que, ellos lo imaginaron siempre, estaba predestinada a más grandes designios. Algunos volvían a tratarlo con una amistad indulgente, pero la gran mayoría lo miraban con la rabia de los traicionados. Lo que una no puede creer es que Don Argemiro, con las canas llevándoselo para la otra vida, se ponga a estas alturas del partido a coquetearle al juego de la rosca izquierda. ¡Es un fracasado!, había dicho Eumares con severidad. Palomares lo negó con mayor pasión y le contó su propia visión del poeta. El siempre había comparado al camarada, como solían conocerlo sus más cercanos amigos, con un amplio puente que ayudaba a cruzar a los lomeños de un lado al otro de la vida. A los puentes, insistió Palomares con inusual vehemencia, se les pisa, se pasa por encima de ellos y a veces ni se reconoce su existencia. Ellos a diferencia de los viajeros, están pensados para quedarse en el devenir de los caminos. Si ellos no existieran, sería mucho más difícil que los transeúntes llegaran a su propio destino, quizás tendrían que descender a simas más profundas, con peligro para sus vidas, o desviar su trayectoria, kilómetros y kilómetros, hasta encontrar un posible vado donde atravesar y proseguir la marcha; es entonces cuando se les añora, cuando se reclama su presencia. Pero si los afanados peregrinos los encuentran a su paso, los asumen como elementos naturales y no se detienen a reparar en la poderosa estructura que los mantiene en pie, y si alguna vez regresan, sólo detallan la pintura excoriada y los pernos sueltos que ayer no existían ante sus ojos. Eumares suspiró profundo; la bruma de resentimiento que había acumulado durante años se fue disipando lentamente y pudo ver con claridad la presencia de Farías en su propia vida. En homenaje a su tutor y amigo, Eumares pintó con plenitud centenares de puentes. Su pintura cobró vida y alcanzó tal nivel de armonía que, cuando él ya no padecía los vanos afanes de este reino, los visitantes a las salas de exposición en Barcelona, Londres, París, Nueva York o Tokio se sentían irresistiblemente arrastrados a caminar por los senderos a los que aquellos puentes tendían con generosidad la mano para que se pudiera pasar al otro lado, donde los esperaban paisajes jamás soñados. Imaginate que una noche de farra, Don Argemiro y tres amigos de su misma edad, vieron pasar a Silvio Carmín, el sardinito que ganó el reinado nacional de belleza de los travestis en el Puerto de la Buenaventura, y lo invitaron a tomar con ellos. Al final terminaron metidos los cinco en una residencia. ¡Vaaaya uno a imaginar lo que pasó! Pero lo cierto es que el mariquita ya les entabló denuncia por lesiones personales. Como siempre: todo el mundo se enteró , pero nadie sabe nada. ¡Definitivamente, este pueblo está podrido!

CARLOS ALBERTO VILLEGAS (Gracias por las alas. Novela inédita)

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