Cuando juego a recordar, descubro que es más grande el olvido. Por ello escribo sobre la desmemoria, esa capacidad de no recordar, o de hacerlo parcial y sesgadamente, tan propia de la naturaleza humana, esa que nos hace ser lo que somos: Un manojo de olvido. Y cuando compartimos esos esbósos anecdóticos, que a medias conservamos y con dificultad recuperamos, con los que las vivieron desde la otra orilla, comprobamos lo vagos, supérfluos y hasta equivocados que llegan a ser. Y no es que pretenda lavarme la manos, no.
Lo anterior viene a cuento, porque al querer hacer referencia a la Semana de la Cultura que celebraba el Colegio con cierta anualidad, sólo alcanzo a recuperar algunos versos declamados y los nombres de algunos declamadores. Me cuentan de concursos de Canto y Oratoria y no sé que más, de baile o danza? de fonomímica? pero la memoria sólo alcanza ahora para la declamación.
Me llegan imágenes y sombras que van tomando forma lentamante: Los Motivos del Lobo y Los Pecados Capitales que Alberto Campillo nos regalaba con su instrionismo y energía, en contraste con la ternura que Fernando Echeverry derochaba con unos Claveles Rojos, o preguntádose qué es el beso?.
Así también, el canto a La Niña de Puerto Espejo o el llanto dolorido de Baudilio Montoya por la muerte de José Doleres Narajo, nos llegaban bañados del sentimiento que Carlos Arturo Patiño trasmitia. Y de vigor y contundencia cuando era Carlos Mario Vargas quien nos deleitaba con Guapos o el poema de Ladislado:
Yo nací en los mismos llanos y me llamo ladislao,
y soy un tupial pues pico y un tigre por lo pintao;
con una soga en la mano y un garrote encabuyao
yo soy mas bravo quiun toro y más ágil quiun venao
. . .
También me alcanza desde la distancia Luis Manuel Alzate, declamador Baudiliano tambien él, que con gracia y armonia nos entregaba, entre otras páginas, Del Éxodo.
Los títulos son muchos, algún Nocturno de Silva, El Cuento de Mar de Robledo Ortiz, Las Penas y Alegrías del Amor, de Rafael de León, Reir Llorando, El Duelo del Mayoral, El Seminarista de los Ojos Negros, Tengo el Caballo en la Puerta, Porqué no tomo más, y tantas otras del poemario popular tan de la época, que, perdidas en aquella estancia en acompañía de las voces de quienes a bien tuvieron entregárnoslas, perduran en la distacía para el regocijo y la nostalgia.
Lo anterior viene a cuento, porque al querer hacer referencia a la Semana de la Cultura que celebraba el Colegio con cierta anualidad, sólo alcanzo a recuperar algunos versos declamados y los nombres de algunos declamadores. Me cuentan de concursos de Canto y Oratoria y no sé que más, de baile o danza? de fonomímica? pero la memoria sólo alcanza ahora para la declamación.
Me llegan imágenes y sombras que van tomando forma lentamante: Los Motivos del Lobo y Los Pecados Capitales que Alberto Campillo nos regalaba con su instrionismo y energía, en contraste con la ternura que Fernando Echeverry derochaba con unos Claveles Rojos, o preguntádose qué es el beso?.
Así también, el canto a La Niña de Puerto Espejo o el llanto dolorido de Baudilio Montoya por la muerte de José Doleres Narajo, nos llegaban bañados del sentimiento que Carlos Arturo Patiño trasmitia. Y de vigor y contundencia cuando era Carlos Mario Vargas quien nos deleitaba con Guapos o el poema de Ladislado:
Yo nací en los mismos llanos y me llamo ladislao,
y soy un tupial pues pico y un tigre por lo pintao;
con una soga en la mano y un garrote encabuyao
yo soy mas bravo quiun toro y más ágil quiun venao
. . .
También me alcanza desde la distancia Luis Manuel Alzate, declamador Baudiliano tambien él, que con gracia y armonia nos entregaba, entre otras páginas, Del Éxodo.
Los títulos son muchos, algún Nocturno de Silva, El Cuento de Mar de Robledo Ortiz, Las Penas y Alegrías del Amor, de Rafael de León, Reir Llorando, El Duelo del Mayoral, El Seminarista de los Ojos Negros, Tengo el Caballo en la Puerta, Porqué no tomo más, y tantas otras del poemario popular tan de la época, que, perdidas en aquella estancia en acompañía de las voces de quienes a bien tuvieron entregárnoslas, perduran en la distacía para el regocijo y la nostalgia.
Los hubo en cantidades que me superan, unos mejores, otros no tanto, también peores, que malos no, pésimos; pero con el arrojo suficiente como para subir al improvisado escenario ante la barahúnda vociferante.
Y entre todos ellos, en una de tantas ocasiones, surge un pajarraco de mostacho que logra el silencio del respetable para refrescarnos con "UNA GOTA DE AGUA" imposible de trascribir o transmitir en este espacio ni por este medio; patrimonio memorístico de quienes bebimos esa lírica acuífera en su momento y lugar. No recuerdo el el resultado final del consurso, pero no me estrañáría que el fulano hubiese terminado ahogandose en su propio aguacero.
Qué otros recuerdos nos quedan de aquellos jornadas vividas en torno a improvidos tablados en el arenoso patio robledista? Qué otras voces?
Sí, uno más, la del profesor Oscar Mosquera. . .
PD: Se aceptan erratas con o sin fe.
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