miércoles, 18 de agosto de 2010

LOS H.P. QUE ME TOCARON EN SUERTE

(H.P.) Hermanos Putativos, aclaro de entrada para que el lector no vaya a pensar de manera equivocada.

Porque según mi hermano, el era feliz hasta que nos adoptaron a todos. Para él, todos lo otros somos unos adoptados (Hijos Putativos) y dice tener testigos que lo pueden probar, así tenga que comprarlos. De acuerdo con Jorge Enrique, por el volumen y el tamaño tuvo que posar para la foto en el puesto del medio. Y es cierto que he lucido siempre un sobrepeso que engaña y a causa del cual me conocen como “el gordo” entre la familia, y el muy popular apodo de Petete, entre los amigos. Aunque cariñosos, motes peligrosos en estos tiempos de falsos positivos.

No es preciso aclarar, ya los amigos lo saben, que la familia Villegas Uribe no goza de gran estatura física, de hecho el tío Gilberto, con su irrenunciable vocación de cura de bautismos zurdos, anatemizó a nuestra madre con el apelativo de “la paturra”. Y hasta se atrevió a decir delante de ella que era más fácil saltarla que darle la vuelta. Con hermanos así... ¡Pobre paturra!

Después de la adopción colectiva que dice poder demostrar; Jorge Enrique no quedó de hermano mayor. Puesto del que me he abrogado el privilegio, porque Lucy, la verdadera hermana mayor, no cuenta de manera completa en la historia de los Villegas Uribe, así la queramos hasta el tuétano de su melanina. Oportunidad que he aprovechado para quedarme con la primogenitura, sin tener que invertir ni un peso, ni el consabido plato de lentejas.

Jorge Enrique tampoco tuvo la fortuna de ser el hermano menor, una posición más disputada que la Presidencia de la República. Tan bonito el niño o la niña, le dicen siempre al último que aterriza. Ese privilegio lo ostenta Maria Patricia, a quien cariñosamente le decimos patico, pero que en realidad es una hormiga trabajadora, responsable y solidaria. El hermano menor es quien realmente desbanca a todos en el afecto. Y el causante de todos los traumas familiares, debido a la mala leche y los celos que produce entre los hermanos tal situación de pérdida de poder y de autoestima. A eso lo llaman en mi pueblo bajarlo a uno del curubito. Suceso que tuve que padecer en número de tres, por los egoístas placeres de mis padres. Y a mi nadie me compadece. Trauma, trauma, trauma.

Sí. A mi pobre hermano, le tocó la desgracia de ser el hermano del medio, y además, hombre, para más infortunio. Luz Amparo que es la otra hermana del medio, disfruta de su condición femenina y de una dulzura desbordante que, en una sociedad machista como la paisa, invita a cuidarla, a mimarla, a protegerla, cuando en realidad es ella quien nos protege a todos.

Así que Jorge quedó náufrago en la mitad de la familia y con una condición de necesitado que nosotros no imaginamos nunca, si no, le hubiésemos ayudado con la cuenta del mejor de los psicoanalistas; lo juro.

Para fortuna de nuestro hermano, él fue la ñaña, otra posición familiar de privilegio, de la tía Fany, la mujer más querida de toda la parentela Villegas Londoño. Un ser amoroso y vital que luchó a brazo partido contra las prácticas de una familia que dilapidó –la abuela Inés incluida– parte de la herencia de Jesús Londoño.

La ñaña. Afecto reiterado del que fui victima muchas veces en las temporadas de verano en Cali, una larga historia que está tamizada de injusticias. Anécdotas que mi hermano ya prepara en un monólogo en el que, dudo, yo pueda salir bien librado. Trauma, trauma, trauma.

¿Que si creo que mi hermano podrá montar ese monólogo, se preguntarán, ustedes?

Eso sí no lo dudo.

Para sobrevivirme ha tenido que construir una historia paralela que lo ha llevado a ser portero de fútbol, bailarín de salsa con afro y camisas vistosas, arquitecto de globos de papel, dibujante con escaleta, declamador, cruzrojista, Contador Público, alto funcionario de la banca, docente universitario, empresario denodado e incansable impulsor de utopías solidarias. Trauma, trauma, trauma.

Ahora soy yo el que tengo miedo, el que necesita al psicoanalista. He visto cómo se prepara en el arte de las tablas. A quien lo dude le recomiendo el siguiente cortometraje en donde todavía desempeña un papel secundario. Fui yo quien debió aparecer en él como correspondía a mi condición de hermano mayor.







Puede que yo lo admiré más de la cuenta, pero con su porte de Telly Savalas, no dudo que lo contratarán muy pronto en Hollywood para una nueva versión de El Pandebono Maldito, basada en el guión de Alexander Prieto Osorno, mi reciente amigo y Premio Rulfo de cuento, que equivale a decir: Premio Nóbel de Cuento.

Pídanle autógrafos ahora, que después no tendrá tiempo de firmarlos, o tendrán que conseguirlos conmigo, su manager, su hermano mayor. Desde que conocí ese cortometraje, he dejado de nombrarlo como Jorgito, el indolente diminutivo, de subido tono fariseo, que utilizamos los hermanos mayores para sojuzgar e imponer supremacía. Desde ese día aciago, lo llamo, sin más, Jorge Enrique.

Prepárense que ya llega la historia Los hermanos putativos que me tocaron en suerte. Jorge Enrique ya empezó a escribirla. Creo que prepara su venganza. Tiemblo al pensar lo que contará de nosotros. De todas maneras, y pase lo que pase, ya he recibido asesoría de un abogado amigo (Luis Fernando Londoño Daza, egresado del Robledo 78) para demandar los recursos pecuniarios que me corresponden por derechos de autor en la historia. ¿Entre el buen nombre y el Villete, alguien lo duda?

Jorge Enrique alegará que esta historia se la quité de las manos, como le quité aquella bicicleta que le regalaron en una navidad. Demasiado pequeña para mi recien estrenada estatura de bachiller y apenas justa para su tamaño de estudiante de escuela primaria. Una bicicleta que terminó siendo mía mediante el vil recurso de la pataleta. Jorge Enrique tuvo que consolarse con la tarea de tensarle los radios para poder disfrutarla. Tarea en la que, sospechosamente, demoraba demasiado. Y tampoco dudo que pueda tener testigos para probarlo.

Tengo miedo, hace seis meses que no duermo tranquilo. Crearán que estoy un poco paranoico. Pero nunca se sabe. Conocemos historias de hermanos que no se quieren bien, sobre todo si uno de ellos no es ni el hermano mayor, ni el hermano menor, sino el hermano del medio. Y según Jorge Enrique, la historia de Abel y Caín es una historia de cuento de hadas comparada con la nuestra.

Trauma, trauma, trauma.


Carlos Alberto Villegas Uribe
Madrid, 2010-08-17

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