viernes, 13 de agosto de 2010

Medalla de Oro en Garrocha Ambiental


Siempre he aplaudido la iniciativa del blog que nos propone Luis Fernando Noreña (http://colegiorobledocalarca1978.blogspot.com/). Sin embargo, creo que la acotación al año 78 limita la posibilidad de hablar de otros egresados que merecen un buen post.

Por eso, ahora voy tomarme la licencia de subvertir el orden para contar la historia de un egresado del Robledo, del que poco se sabe en el Quindío y mucho menos en Colombia, pero si bastante en Francia y mucho más en Hong Kong.

Se trata de Carlos Humberto Restrepo, un robledista cuya trayectoria profesional lo llevó a representar, en la década de los noventa, a una firma francesa de medio ambiente en la competitiva Hong Kong. Su mérito, haberse ganado la licitación de un proyecto internacional. Una proeza que muy pocos latinoamericanos pueden ostentar. Si Carlos Humberto practicara el atletismo equivaldría a ser medalla de oro en unos juegos Olímpicos, representando a otro país. El caso debió haber sido divulgado en Colombia, si los medios fueran fuentes de información y validación social y no empresas de comunicación y venta de imagen de quienes tienen el dinero para pagarlas. Que vivan los blogs y las redes alternativas que democratizan el derecho a ser, a tener nombre propio.

Con él tengo el honor de haber construido calles bajo el calarqueño sol de los venados mientras intentaba reclutarme, en compañía de Carlos Mario Vargas Aristizabal –Guilligan–, para el cultivo del esperanto. De esas jornadas quedó una amistad que aún continúa y que se refuerza con nuestros esporádicos encuentros en las calles madrileñas en donde aventuramos sobre las ventajas que tendrían las universidades colombianas si lo reclutaran para impulsar en nuestro país proyectos de investigación en ambiente sostenible y a través de largas conversaciones telefónicas en las que, como si fuéramos hermanos de sangre, reímos, reñimos y nos hacemos bromas en torno al Hispañol. Una definición que, para mí, debería ser la adecuada para esa lengua extensa e incluyente que hablamos desde la Patagonia hasta el borde de los Pirineos, cuyo caudal se enriqueció, y se sigue enriqueciendo, con los aportes de etnias, lenguas y naciones. El “español” no lo hablan ni los españoles. La constitución española lo dice: la lengua oficial de España es la lengua castellana aunque autorice el habla de otras lenguas en distintas comunidades. Por mandato de la actual monarquía constitucional, en España se habla castellano y pare de contar.

Carlos Humberto era un niño precoz y era mucho más maduro aunque fuera más imberbe y más joven que yo. De hecho su sabiduría evitó que yo regresara a trabajar al colegio San Luis Rey en Armenia (Quindío-Colombia) porque el contrato que me ofrecían en el ICFES solo alcanzaba para pagar el apartamento que tuvimos que tomar con él y con el caricatógrafo Jarape, en las inmediaciones del Barrio Chapinero.

Mire mijito, me dijo con aire de papá regañón frente a la mole arquitectónica de cemento armado y ladrillo a la vista, desentétese de ese complejo de Edipo que lo va a matar, acepte el trabajo y entienda que muchos pagarían por trabajar aquí. Y era cierto, todavía no hay universidad que me brinde la formación profesional adquirida en el Instituto Colombiano para la Educación Superior, ni tendría forma de pagarla. Fue un doctorado en Educación a Distancia, sin titulación.

Incontables las anécdotas en los dos años en los que compartimos en aquel apartamento de la calle 57 al que se incorporarían después dos chicas y un estudiante de física de Universidad Nacional para que pudiéramos superar la estrechez económica. Cuadros Humberto, como le decíamos cariñosamente, abandonó su oficio de vendedor después de leer La metamorfosis de Kafka y, en medio de una crisis existencial, decidió ingresar a estudiar Biología en la Universidad Nacional, la carrera más cercana a su verdadera vocación adolescente: la Biología Marina. Y la única capaz de costearse con los recursos acumulados en su vida de vendedor de productos de laboratorio.

Y en el proceso de reconducír su vida y ampliar sus horizontes se ideó la taxomonología. Una idea revolucionaria que hoy se conoce en epistemología como Taxonomía de las ciencias. Así que mientras Jarape llenaba incansablemente libretas y libretas con las historietas de Salento Kokora, Zorito, Don Teo y todo tipo de chiste gráfico que se le pasaba por la cabeza, y yo leía los currículos de las universidades que no alcanzaba a revisar en el trabajo, Carlos Humberto desplegaba sábanas enteras de papel blanco con la categorización y los vasos comunicantes de las ciencias naturales y humanas.

Aunque realmente no era aquel un apartamento de cartujos. Una que otra fiesta y sus desordenes se colaron entre las sábanas de aquella casa de pensión improvisada en donde todo problema era fácilmente solucionado con una oficial y colectiva “junta de ombligos”.

Un día Carlos Humberto llegó con la noticia: Cerraron La Nacho. Y sus ojos volvieron a quedar desbrujulados. Al carajo la taxomonología y de nuevo al duro trabajo como vendedor, porque le entró el desespero por buscar nuevos horizontes fuera de ese país de mierda que le negaba las posibilidades de cumplir sus sueños. El esperanto, en el que ahora estaba yo reclutado, era su punto de partida. Se iría con un amigo a visitar los esperantistas a los europeos que lo acogerían fraternalmente.

Los dos le coqueteábamos a una de las chicas que habitaban el apartamento, la más insumisa también. Y una semana en que Carlos Humberto salió de viaje, yo aproveché para enseñarle el esperanto básico que él me había enseñado. Así que le gane de mano, o perdí de pierna, se supo finalmente.

No hubo entonces forma de disuadirlo de partir. Para nada le valió que le advirtiera que la confraternidad esperantista era una quimera, ni que le insistiera que fuera del propio país, uno es nadie, solo sirve para lavar platos y hacer trabajos sucios. Alguna vez me escribíó desde Inglaterra: Petete, como usted lo dijo, estoy lavando platos en Liverpool, pero no me arrepiento.

Su amigo, un esperantista de Armenia, lo dejó tirado en el primer aeropuerto que pisaron, pero el tuvo la fortuna de ser recibido por un calarqueño en Paris, José Yesid Sabogal –Nono–. Carlos Humberto consolidó una amistad con este soñador de utopías que los llevó a Grecia, Italia, Israel, Suiza. Lugares y países que enriquecieron su natural inclinación de lingüista y lo convirtieron en un verdadero políglota. Finalmente se estableció en Lyon, Francia, donde se diplomó en acuicultura y desde allí entró en las grandes ligas de la protección ambiental francesa.

Sentarse a escuchar las anécdotas de Carlos Humberto y de Nono, como lo hicimos en la primavera del 2008 en la madrileña cafetería Zahara, equivale a escuchar de viva voz las farragosas historias sobre Ulises Lima y Arturo Belano que narra Roberto Bolaño en Los Detectives Salvajes. Pero con una particular ventaja, las aventuras de estos dos calarqueños están llenas de vida verdadera. Pareciera que ellos coinciden con mi apreciación: “La literatura somos nosotros, solo que nos la perdemos”.

Carlos Humberto Restrepo ha sido para mí: amigo, coterráneo, desenmusgador, profesor de lengua agonizante, coRobledista, traductor irresponsable, mamagallista burletero, aprendiz de filólogo y finalmente Hermano, con H mayúscula. Y bien se merece este homenaje. En vida, Hermano, en vida.

Carlos Alberto Villegas Uribe
Madrid. Agosto 13. 2010

4 comentarios:

Luis F. Noreña G. dijo...

Buena por èsta PT, como le oí decir, alguna vez, a un manito, presidente para más veras: Bravo, Bravo, Tres veces Bravo!

Bien lo dice y mejor lo hace, en vida, como debe ser.

De Carlos Humberto guardo recuerdos, en particular un paseo nocturno en su carro-pasaje por las avenidas bogotanas, estrenando la "ola verde", pocos meses antes de su auto-exilio.

Un abrazo para ambos.

Cafe metilxantin dijo...

Que chevere fue leer sobre CUadros Humberto!

William Restrepo dijo...

Muy interesante....
Encontrar de repente y por casualidad la historia de tu hermano en Internet... impresiona.

...Quizas Carlos H. tenga que escribirla en ese libro de taxonomología o como se llame...

W. Restrepo

CsrGmz® dijo...

Interesante, también tuve la fortuna de conocer a Carlos Humberto al que cariñosamente apodamos "pantera" durante toda la secundaria dónde compartimos aula. Luego de visita a Bogotá, en compañía de otros compañeros exbachilleres departimos varios días visitando museos y otros sitios de gran interés, en ese entonces, nos "descrestaba" con su ténue inglés que pronunciaba para impresionar a los transeúntes.
Buena por esa Carlos, que la vida te siga acompaňando de logros y las mejores cosas.
César Gomez